Un 11 de septiembre de 1910 nació en Buenos Aires Manuel Mujica Laínez, conocido cariñosamente como “Manucho”. Fue uno de los escritores más refinados y singulares de la literatura argentina del siglo XX. Cuentista, novelista, cronista y crítico de arte, dejó una obra vasta y diversa que se mueve entre la evocación histórica, la recreación fantástica y la contemplación estética. Su estilo elegante y minucioso, su capacidad para rescatar mundos perdidos y dotarlos de vida literaria, lo convierten en un autor imprescindible para quienes aman la literatura que dialoga con el tiempo y la memoria.


Infancia y raíces

Mujica Laínez nació en el seno de una familia patricia, con profundas raíces en la historia argentina. Desde pequeño estuvo rodeado de libros, tradiciones familiares, viajes y cultura cosmopolita. Creció entre Buenos Aires y estancias en el campo, pero también vivió en Europa durante algunos años de su infancia, lo que le permitió absorber lenguas y costumbres extranjeras. Ese vaivén entre lo local y lo internacional marcaría de manera decisiva su obra: siempre atento a los ecos de Buenos Aires, pero con la mirada puesta en una cultura universal.

Aunque inició estudios de Derecho, pronto descubrió que lo suyo eran las letras. Ingresó como periodista en La Nación, donde escribió crónicas, críticas de arte y reseñas literarias. Esa experiencia como observador del presente lo entrenó para lo que más tarde haría en su ficción: captar los detalles que definen una época, un personaje, una voz.

El cronista de Buenos Aires

Uno de los mayores aportes de Mujica Laínez es haber convertido a Buenos Aires en personaje literario. En libros como Aquí vivieron y Misteriosa Buenos Aires, exploró la historia de la ciudad a través de relatos breves que combinan lo histórico con lo fantástico. Sus cuentos son como ventanas a distintas épocas: el Buenos Aires colonial, la sociedad decimonónica, los arrabales misteriosos. Siempre hay una atmósfera de nostalgia, de recuerdo, de fantasma que todavía camina entre las calles.

Esos textos son fundamentales porque retratan no solo a la ciudad, sino también a sus habitantes, sus ilusiones y sus pérdidas. Mujica Laínez sabía que cada edificio, cada barrio, guarda historias que esperan ser contadas, y lo hizo con un estilo cuidado, elegante, casi aristocrático, pero nunca inaccesible.

La saga porteña

Otro de sus proyectos más ambiciosos fue la llamada “saga porteña”, un conjunto de novelas que giran en torno a la historia social de Buenos Aires y, en particular, de la élite que él mismo conocía de primera mano. Allí aparecen las grandezas y miserias de la alta sociedad argentina, vistas con ironía, pero también con nostalgia. Mujica Laínez tenía la capacidad de mostrar el esplendor de los salones y, al mismo tiempo, la fragilidad de quienes habitaban en ellos.

El salto a lo universal: Bomarzo

Si bien admiro toda su obra, confieso que mi favorita es Bomarzo. Esta novela, publicada en 1962, lo consagró como uno de los grandes narradores en lengua española. En ella recrea la vida de Pier Francesco Orsini, un noble del Renacimiento italiano, jorobado y solitario, que ordena construir un jardín de esculturas monstruosas en su villa de Bomarzo.

La novela es un despliegue de imaginación histórica, belleza artística y hondura psicológica. Mujica Laínez no solo reconstruye con detalle la época —sus trajes, sus palacios, sus intrigas—, sino que se adentra en la mente de un personaje complejo, atormentado por sus defectos físicos y su deseo de trascender. El protagonista habla desde la muerte, como si se negara a desaparecer, y conduce al lector por un viaje entre lo real y lo fantástico, entre lo histórico y lo mítico.

Lo que más me fascina de Bomarzo es esa mezcla de erudición y sensibilidad, de recreación histórica y mirada íntima. El libro es, al mismo tiempo, un fresco del Renacimiento y una reflexión sobre la condición humana: la ambición, la soledad, el miedo al paso del tiempo. Es una novela que invita a demorarse en cada página, a perderse en las descripciones de los jardines, en los símbolos ocultos, en las pasiones secretas de su protagonista.

La huella de Bomarzo fue tan grande que incluso inspiró una ópera, con música de Alberto Ginastera, que fue censurada en su estreno en Argentina por considerarse demasiado audaz. Ese dato habla del carácter provocador de la obra, capaz de incomodar a las autoridades y de conmover a los lectores.

Estilo y legado

El estilo de Mujica Laínez se reconoce de inmediato: prosa culta, detallista, cargada de imágenes visuales y matices irónicos. Era un maestro en evocar atmósferas: desde un salón porteño hasta un castillo renacentista, todo cobraba vida en sus palabras. Pero junto a esa exquisitez formal había siempre una mirada crítica, una conciencia de la fugacidad de las glorias humanas.

Su casa de Cruz Chica, en Córdoba, llamada “El Paraíso”, se convirtió en refugio creativo y, tras su muerte en 1984, en un espacio de memoria literaria. Allí escribió algunas de sus últimas obras y recibió a escritores, artistas y amigos que encontraban en él a un anfitrión generoso, apasionado por la cultura.

Hoy, Mujica Laínez sigue siendo un autor para redescubrir. Quien quiera acercarse a su obra puede empezar por los cuentos de Misteriosa Buenos Aires, ideales para conocer su mirada sobre la ciudad, o lanzarse a la aventura monumental de Bomarzo, una novela que demuestra hasta dónde puede llegar la literatura cuando combina imaginación, erudición y sensibilidad artística.

Conclusión

Recordar a Manuel Mujica Laínez en el aniversario de su nacimiento es celebrar a un escritor que supo tender puentes entre el pasado y el presente, entre lo local y lo universal, entre la historia y la fantasía. Su literatura nos recuerda que todo lo humano —la belleza, la ambición, la soledad, la memoria— merece ser contado con arte. Y que, como en Bomarzo, lo importante no es solo el esplendor de los jardines, sino la voz íntima que nos invita a recorrerlos.


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