Después de años leyendo manuscritos, novelas autopublicadas y primeras obras de autores emergentes, hay algo que salta a la vista con bastante rapidez: ciertos errores se repiten una y otra vez. No porque los escritores no tengan talento, sino porque todos empiezan desde un lugar similar.

Estos errores no son motivo de vergüenza —todos pasamos por ahí—, pero sí son señales claras de que el texto necesita una segunda vuelta. Detectarlos a tiempo puede marcar la diferencia entre una obra que se queda en el cajón y otra que empieza a encontrar su forma. Hoy repasamos los más comunes y, lo más importante, cómo evitarlos.


1. Clichés: frases ya usadas hasta el cansancio

«Sus ojos eran el espejo del alma», «el silencio era sepulcral», «no podía creer lo que veían sus ojos».

Escribir con clichés es como cocinar con sobrecitos preparados: el sabor es reconocible, pero genérico. Estas frases no aportan nada nuevo ni a la historia ni al lector.

Cómo evitarlos:

  • Reformula con tus propias palabras lo que quieres decir.
  • Pregúntate: ¿puedo sorprender al lector con una imagen nueva?
  • Caza los clichés durante la revisión. Suelen camuflarse bien.

Ejemplo:

  • Cliché: «Estaba entre la espada y la pared.»
  • Versión personal: «Sentía cómo cada opción le arrancaba algo distinto: una la hería por dentro, la otra por fuera.»

2. Repeticiones: la trampa de decir lo mismo sin darte cuenta

«Miró por la ventana. Luego volvió a mirar por la ventana.»

A veces repetimos palabras por descuido, y otras veces repetimos ideas con diferentes palabras sin aportar nada nuevo.

Cómo evitarlas:

  • Usa el buscador de tu procesador para ver cuántas veces usas ciertas palabras.
  • Lee en voz alta: las repeticiones suenan más que se ven.
  • Si repites, que sea con intención narrativa, no por falta de recursos.

3. Adjetivos innecesarios: el empacho descriptivo

«Era un bosque oscuro, tenebroso, lúgubre, amenazante…»

Un adjetivo fuerte vale más que una lista tibia. Si llenas una frase de adjetivos, ninguno resalta. Pasa como en una fiesta con música a todo volumen: nadie se escucha.

Cómo evitarlos:

  • Quédate con el adjetivo más preciso o más expresivo.
  • Si el sustantivo ya sugiere la atmósfera, no lo sobrecargues.
  • Menos es más, sobre todo cuando «más» es innecesario.

4. Frases sin fuerza: el lenguaje que no vibra

«Estaba muy feliz porque el día era bonito.»

Estas frases dicen lo justo, pero no hacen sentir. Les falta carne. A menudo el problema está en verbos vagos («ser», «estar») y adjetivos genéricos («muy», «bonito», «bueno»).

Cómo darles fuerza:

  • Sustituye los verbos planos por acciones concretas.
  • Especifica: ¿qué hace que el día sea «bonito»? ¿Cómo se manifiesta la «felicidad»?
  • Muestra más, di menos. O al menos, di mejor.

Ejemplo propio:

  • Antes: «Se sintió feliz.»
  • Después: «Se le escapó una sonrisa que ni siquiera notó, pero que iluminó el gesto de quien la miraba.»

5. Explicaciones de más: cuando subrayas lo que ya está claro

«Se sintió solo. Nadie estaba con él.»

A veces explicamos lo que ya hemos mostrado. O decimos lo mismo dos veces. Esto no solo ralentiza el texto, sino que resta fuerza a lo contado.

Cómo evitarlo:

  • Confía en tu lector: si le das las piezas, sabrá armar el sentido.
  • Recorta explicaciones que duplican ideas o emociones.
  • Lee como si no supieras nada: si lo entiendes sin la aclaración, bórrala.

Para terminar

Escribir bien no es escribir perfecto a la primera. Es saber revisar con criterio, detectar las muletillas, reconocer los lugares comunes y darles la vuelta. Cada error que encuentres es una oportunidad de estilo. Así que si te ves en alguno de estos ejemplos, enhorabuena: vas por buen camino. Significa que escribes, te tomas en serio lo que haces y estás dispuesto a mejorar.

Porque escribir no es no fallar. Es fallar mejor cada vez.


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