Desde tiempos antiguos, las enfermedades epidémicas han sido mucho más que un problema médico: han moldeado culturas, reformulado ciudades y alimentado una extensa tradición literaria. La peste, como fenómeno social y simbólico, ha sido un espejo de nuestras mayores angustias y una poderosa metáfora del caos, la culpa, la fragilidad y la esperanza. En distintas épocas y lenguas, la literatura ha convertido la peste en escenario, en personaje, en metáfora, y en advertencia.
1. Narrar desde el encierro: Boccaccio y Marguerite de Navarre
Cuando en 1348 la peste negra asoló Florencia, Giovanni Boccaccio imaginó en El Decamerón a diez jóvenes que huyen del contagio refugiándose en una villa campestre. Durante diez jornadas, cada uno de ellos cuenta una historia al día, lo que da lugar a cien cuentos en total. Este conjunto de relatos no es una simple colección, sino una respuesta literaria a la muerte que los rodea: mientras el mundo cae, los personajes construyen uno nuevo con palabras. Contar es resistir. Narrar es ordenar el caos.
Dos siglos más tarde, la reina Marguerite de Navarre, hermana del rey de Francia y destacada figura del humanismo renacentista, retomó esta idea con El Heptamerón. En este caso, un grupo de damas y caballeros se ve obligado a aislarse tras una epidemia y decide contarse historias para sobrellevar el encierro. El plan inicial era emular a Boccaccio con cien cuentos repartidos en diez días, pero la obra quedó incompleta: solo se escribieron 72 cuentos en siete jornadas. Sin embargo, el enfoque de Marguerite es distinto. Donde Boccaccio se mueve entre lo erótico y lo humorístico, El Heptamerón oscila entre la crítica social, la reflexión moral y el estudio del deseo y la virtud. También aquí, la palabra es refugio frente al miedo.
2. Peste y juicio moral: el castigo como relato
Durante siglos, la peste fue interpretada como una forma de castigo divino. Las crónicas medievales y los sermones religiosos veían en ella un correctivo por los pecados de la humanidad. Esta idea impregnó la literatura europea: los cuerpos enfermos se convirtieron en símbolos del alma corrupta, y la enfermedad era una prueba moral tanto como física. En estas representaciones, abundan los flagelantes, las visiones apocalípticas, las procesiones de penitencia, los milagros fallidos.
Esta visión teológica condicionó la forma de narrar: la peste no era solo un hecho médico, sino una metáfora de decadencia. En la literatura del Siglo de Oro español, por ejemplo, encontramos ecos de esta idea en obras de teatro y novelas donde el contagio sirve como fondo para poner a prueba la fe, la fidelidad o la virtud.
3. Daniel Defoe: cuando el realismo documenta el desastre
En 1722, Daniel Defoe publicó Diario del año de la peste, una obra que combina testimonio, ficción y documento. Ambientada en el brote londinense de 1665, la novela adopta la forma de un supuesto diario escrito por un comerciante, H.F., que describe con minuciosidad los efectos del contagio en la ciudad. Aunque Defoe tenía solo cinco años en 1665, construyó el texto a partir de documentos reales y relatos orales, logrando una ficción con apariencia de crónica auténtica.
El interés de Defoe va más allá de lo sanitario: indaga en las respuestas humanas frente al miedo colectivo. Hay superstición, oportunismo, heroísmo anónimo. El texto inaugura una tradición de literatura de la peste con vocación realista y periodística, donde la enfermedad se convierte en una forma de explorar lo social.
4. Camus y la peste como símbolo del absurdo
En el siglo XX, Albert Camus dio un giro existencialista a este legado con La peste (1947). Ambientada en Orán, ciudad argelina cerrada por un brote de peste bubónica, la novela relata la lucha silenciosa del doctor Rieux y otros personajes por resistir a la epidemia sin caer en el cinismo ni en la desesperación.
Pero la peste aquí es más que un virus: es símbolo del absurdo, de lo imprevisible, de aquello que escapa a la lógica y el control humano. Camus, filósofo del absurdo, presenta una ética sin héroes espectaculares, basada en la solidaridad, la lucidez y el compromiso. Frente a una muerte arbitraria, el ser humano puede elegir ayudar, sin esperar recompensa. En este sentido, La peste es tanto una crónica como una parábola moral.
5. Pandemia en tiempo real: el eco contemporáneo del Covid-19
La pandemia de Covid-19 reactivó esta larga tradición. Durante los confinamientos globales, surgieron diarios, relatos, ensayos y novelas que intentaban capturar la extrañeza del momento. Obras como Un año ajetreado de Zadie Smith, En tiempos del contagio de Paolo Giordano o los numerosos blogs literarios y publicaciones digitales recogieron la experiencia del encierro, la ansiedad, la pérdida y la espera.
A diferencia de sus antecesores, esta nueva literatura no busca la gran alegoría ni el relato totalizador. El foco se desplaza a lo íntimo, a lo cotidiano, a la percepción del tiempo detenido. El virus, más que una metáfora, se convierte en una grieta en lo real, un espacio donde la palabra tambalea, pero también resiste.
Conclusión: una tradición escrita en fiebre
Desde los cuentos de Boccaccio hasta los diarios de confinamiento de la era Covid, la peste ha sido una potente figura narrativa: metáfora de lo invisible, agente de ruptura, símbolo del castigo o del azar, escenario de redención y prueba ética. Estas obras nos recuerdan que la literatura no cura el cuerpo, pero puede iluminar el alma, acompañarnos en el miedo y ayudarnos a reconstruir sentido en medio de la pérdida.
Porque, en definitiva, narrar la peste es narrar lo humano: la convivencia con lo incierto, la necesidad de consuelo y la fuerza tenaz de la imaginación.
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