Cada 26 de abril, desde hace ya varios años, me gusta recordar el nacimiento de un autor que me marcó profundamente cuando era adolescente: Morris West, ese escritor australiano capaz de convertir cuestiones éticas, religiosas y políticas en novelas trepidantes. No es poca cosa. A esa edad en la que uno empieza a asomarse al mundo adulto, West me abrió una puerta hacia historias que hablaban de fe, de poder, de conflictos internos… y lo hacía con una elegancia narrativa que no he olvidado.

Quizás por eso hoy, en el aniversario de su nacimiento (Melbourne, 1916), quiero rendirle este pequeño homenaje. Porque volver a sus libros es volver también a las preguntas que nos acompañan toda la vida.


Un narrador de dilemas interiores

Morris West no era un autor cualquiera. Antes de convertirse en novelista, pasó más de una década en una orden religiosa. Y aunque dejó los hábitos, nunca dejó de escribir sobre la espiritualidad, la culpa, el perdón o la tensión entre lo personal y lo institucional. Sus personajes suelen ser hombres en encrucijadas morales, muchas veces enfrentados al peso de su conciencia.

En «El abogado del diablo» (The Devil’s Advocate, 1959), uno de mis libros favoritos, un sacerdote moribundo debe investigar la posible canonización de un hombre que no era precisamente un santo. En ese proceso, el protagonista se enfrenta a sus propios prejuicios, dudas y al sentido último de la santidad. Hay una frase en esa novela que siempre me impactó:

“La santidad no consiste en hacer milagros, sino en vivir cada día con fe en medio del dolor y la oscuridad.”

A mí, adolescente aún, ese tipo de verdades me hacían pensar que leer no era solo entretenerse, sino también una forma de mirar más hondo.

Historias de alto voltaje espiritual… y político

Mucha gente recuerda a West por «Las sandalias del pescador» (The Shoes of the Fisherman, 1963), una novela que se adelantó a su tiempo. Imagina: un papa ucraniano elegido en pleno contexto de Guerra Fría, que intenta mediar entre bloques políticos y morales enfrentados. Lo fascinante no era solo la trama geopolítica, sino cómo West lograba que la fe y la política se tocaran sin convertirse en panfleto.

En una escena clave, el papa reflexiona:

“A veces, el único poder que uno tiene es el de la renuncia. Y sin embargo, es el más grande.”

La novela fue un éxito internacional y se adaptó al cine con Anthony Quinn en el papel principal. Pero más allá de la fama, sigue siendo una historia sobre lo difícil que es hacer lo correcto cuando todos esperan otra cosa de ti.

Un autor con mirada global

Aunque era australiano, West escribió mucho sobre Europa, el Vaticano, Asia… Estaba interesado en las estructuras de poder, pero también en las personas atrapadas dentro de ellas. En «La salamandra» (1973), por ejemplo, se adentra en el militarismo italiano con una crítica punzante y muy actual. Y en «El hereje» (1993), su última novela publicada en vida, deja entrever sus propias dudas y evolución espiritual. Es una obra casi confesional, íntima, que siento como un testamento.

Una de sus últimas reflexiones me acompaña todavía:

“A Dios no se llega por las certezas, sino por las heridas.”

Volver a Morris West hoy

Puede que sus libros ya no estén tan de moda, pero siguen ahí, esperando lectores que quieran algo más que tramas veloces. Morris West no escribía para epatar, sino para remover. Y eso, en estos tiempos, es un regalo raro. En mi caso, me enseñó que la literatura puede ser puente entre la política y el alma, entre lo que creemos y lo que hacemos.

Hoy, en su cumpleaños, te invito a redescubrirlo. Quizás empieces con El abogado del diablo, o con Las sandalias del pescador. Tal vez prefieras una lectura más oscura como La torre de Babel o más reflexiva como El hereje. Da igual por dónde se empiece: en todos ellos, encontrarás personajes que dudan, que se enfrentan a dilemas sin respuestas fáciles. Y en ese viaje, te aseguro que hay algo profundamente reconfortante.

Morris West murió en 1999, escribiendo hasta el último momento. En la hoja que quedó sobre su escritorio había una frase que se ha hecho legendaria entre sus lectores:

“Volveré a ti, Dios mío, con las manos vacías. No tengo dones para ofrecer, no he hecho nada digno de Ti. Y sin embargo, permanezco…”

Qué mejor homenaje que seguir leyéndolo.


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