ENCUENTROS
En estos momentos de aislamiento, no hago otra cosa que resituar los libros en las estanterías e introducirlos en la base de datos, una tarea casi mecánica que, sin embargo, acaba siendo un viaje por las historias y los recuerdos. Cojo los dos tomos, de segunda mano, de Fortunata y Jacinta de Galdós. El olor inconfundible del papel viejo me inunda, y con solo haberlo elegido, la memoria empieza a hacer su trabajo.
Recuerdo el momento en que lo leí por primera vez. No era esta edición, claro está, sino una más nueva, de tapas gruesas y brillantes, con las hojas menos frágiles. Era joven entonces, probablemente demasiado joven para entender todo el entramado de pasiones y tragedias que Galdós hilaba en esa novela. Aún así, el impacto fue profundo. Mientras sostengo el libro, también me viene a la mente la serie que se emitió en televisión en los años 80. Maribel Martín, en el papel de la frágil y sufrida Fortunata, y Ana Belén, formidable como Jacinta. Qué despliegue de emociones. El rostro de Ana Belén me trae otro recuerdo, de aquellos pocos conciertos a los que asistí hace más de 30 años en Benidorm. Ana Belén y Víctor Manuel, juntos en el escenario, entonando aquella canción que todos coreamos: «Abre la muralla, cierra la muralla».
Es curioso cómo funciona la mente, ¿verdad? Empiezo moviendo libros y, de repente, me encuentro en una cadena de recuerdos que me llevan de Galdós a un concierto en Benidorm, y de allí, quién sabe a dónde más. Es lo que tiene escribir o reflexionar, una cosa conduce inevitablemente a otra.
Pero volvamos al presente. Con los libros en la mano, abro el primero, y ahí está. Una dedicatoria. No es mi caligrafía, claro. En letras apretadas, con una tinta que ha empezado a desvanecerse, alguien escribió para Paloma, con cariño de Adrián. La fecha es 2004, y las palabras están cargadas de un afecto palpable: «Para ti, que siempre has sabido apreciar las historias de pasiones desatadas y violentas. Ya sabes cuánto te quiero.» Me detengo unos segundos, con la vista fija en esas líneas, y no puedo evitarlo. Mi mente empieza a crear preguntas: ¿Quiénes eran Paloma y Adrián? ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Fue este regalo un intento desesperado de conquistarla, o acaso un tributo a un amor que ya existía, fuerte y consolidado?
La fecha me da una pista. 2004. ¿Posiblemente un amor universitario? En esos años, leer a Galdós no era cosa de casualidad, al menos no entre jóvenes. Solo imagino a una chica interesada por lo profundo de las relaciones humanas, y a un Adrián que la conocía tan bien como para regalarle esta obra tan compleja. Si Adrián estaba enamorado, no le iba a regalar un libro como Fortunata y Jacinta si no estaba seguro de que a ella le gustaría. Es decir, no era un simple gesto romántico; era una elección cuidada, un detalle que decía: «Te veo, te conozco».
Y entonces, inevitablemente, me viene a la cabeza una pregunta más incómoda: ¿Por qué está este libro aquí, en mis manos? Lo más probable es que Paloma y Adrián ya no estén juntos. No te deshaces de un libro con una dedicatoria tan personal si el amor sigue vivo, ¿verdad? Quizá las pasiones desatadas y violentas no solo fueron cosa de Galdós. Tal vez, como en tantas historias, el tiempo hizo lo suyo, y lo que parecía eterno se evaporó con los años. Los libros, al igual que los recuerdos, a veces son las últimas pruebas de amores que ya no existen. Y así, esta obra terminó en una librería de segunda mano, esperando que alguien más la rescatara.
Pienso en cómo yo misma lo encontré en aquella tienda, olvidado entre montones de otros libros viejos, como si estuviera esperando a que alguien se preguntara sobre su historia. Lo compré casi por instinto, y ahora me doy cuenta de que lo que realmente compré no fue solo la novela, sino una pequeña ventana a la vida de dos personas que nunca conoceré, pero que ahora forman parte de mi propio relato, al menos en mi mente.
¿Quién sabe cuántas historias como ésta se esconden entre las páginas de los libros de segunda mano? Cada uno es un pequeño enigma, un vestigio de vidas pasadas que siguen esperando que alguien los escuche. Como Adrián, que tal vez nunca supo que sus palabras seguirían viajando, mucho después de que él y Paloma se separaran. O quizás, quién sabe, en algún rincón del mundo, ellos todavía siguen juntos, y este libro se perdió por accidente. La vida es extraña, y sus giros, a veces, más inesperados que la propia ficción.
©Sandra de Oyagüe
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