Uno de los mayores logros de Éxodo (o cómo salvar a la reina) (Apache Libros), novela con la que David Luna obtuvo el Premio UPC de Ciencia Ficción, reside en su capacidad para levantar un mundo complejo sin recurrir a la exhibición enciclopédica tan frecuente en la ciencia ficción de ambientación planetaria. El planeta Zigurat no se nos explica: se nos impone. El lector entra en él como lo hacen los personajes, a través de la urgencia, el peligro y la necesidad de supervivencia.


Un mundo narrado desde dentro

La estrategia narrativa de Luna es clara: todo el universo de la novela se filtra por la voz del narrador, el capitán de la Guardia Real. No hay panorámicas históricas, ni capítulos dedicados a explicar el origen de la colonia o la evolución de la especie humana en Zigurat. La información aparece siempre subordinada a la acción y a la experiencia directa: marchas agotadoras, ataques de criaturas gigantes, decisiones tácticas, jerarquías asumidas como naturales.

Este enfoque genera una sensación muy eficaz de extrañamiento progresivo. El lector comprende pronto que esa sociedad humana ha dejado de ser plenamente humana, pero lo descubre del mismo modo que lo haría un antropólogo infiltrado: observando rutinas, roles sociales y comportamientos que los personajes consideran normales.

La sociedad colmena como núcleo del worldbuilding

El corazón del mundo de Éxodo es su organización social de tipo colmena, estructurada en torno a una reina cuya supervivencia garantiza la continuidad de la comunidad. Esta idea, que podría haberse convertido en un mero concepto llamativo, se integra de forma orgánica en la narración. No se teoriza sobre ella: se vive.

Las castas, la obediencia absoluta, la supeditación del individuo al grupo y la aceptación del sacrificio aparecen como consecuencias naturales de un entorno extremo. El planeta hostil no es solo un escenario, sino el motor evolutivo que ha moldeado a sus habitantes. En este sentido, el worldbuilding de Luna funciona como una hipótesis narrativa: ¿qué queda del ser humano cuando la supervivencia exige renunciar a la individualidad?

El entorno como antagonista permanente

Zigurat no es un simple decorado exótico: la climatología, la fauna desmesurada y los ciclos letales del planeta actúan como un antagonista constante, tan relevante como cualquier conflicto interno. El éxodo que da título a la novela no es un viaje simbólico, sino una migración forzada por la necesidad biológica.

Narrativamente, esto se traduce en un ritmo sostenido y tenso. El mundo no se detiene para ser descrito; al contrario, empuja a los personajes hacia adelante, obligándolos a moverse, decidir y, en ocasiones, morir. La sensación de precariedad es continua, y refuerza la lógica implacable de la sociedad colmena.

Economía expresiva y eficacia narrativa

Otro rasgo destacable de la creación de mundo en Éxodo es su economía expresiva. Luna elige con cuidado qué mostrar y qué omitir. Hay lagunas deliberadas, zonas de sombra que el lector completa, lo que contribuye a una ambientación densa sin sobrecarga informativa.

Esta contención es coherente con la extensión de la obra y con su apuesta por una ciencia ficción de ideas encarnadas en acción, más cercana a la fábula especulativa que a la space opera tradicional. El resultado es un mundo verosímil en sus propias reglas, coherente e inquietante.

Conclusión

La narrativa de creación de mundo en Éxodo destaca por su integración absoluta entre forma y contenido. El planeta, la sociedad y la historia no se explican: se experimentan. David Luna construye un universo en el que cada decisión estética y narrativa refuerza la idea central de la novela: la fragilidad de lo humano cuando la supervivencia exige transformarse en otra cosa.

En esa renuncia parcial a la humanidad —asumida como necesaria— reside la fuerza de un worldbuilding que no busca deslumbrar, sino incomodar y hacer pensar.


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