Tras dedicar dos artículos independientes a Mary Renault y Valerio Massimo Manfredi, parecía casi inevitable dar un paso más. Ambos autores han abordado la figura de Alejandro Magno desde perspectivas muy distintas y, sin embargo, sus respectivas trilogías me han resultado igualmente satisfactorias como lecturas.


Debido a que he disfrutado de ambas —y por comprobar hasta qué punto un mismo personaje histórico puede generar relatos tan diferentes según la sensibilidad, la formación y el proyecto narrativo de cada escritor— nace este artículo. No se trata de decidir quién retrata “mejor” a Alejandro, ni de establecer una jerarquía entre las dos obras, sino de poner en diálogo dos maneras de entender la novela histórica y su relación con el pasado.

Esta comparativa funciona así como una prolongación natural de los textos anteriores y como una invitación a reflexionar sobre cómo la literatura puede convertir una misma figura histórica en experiencias narrativas distintas, complementarias y, en este caso, igualmente valiosas.

Un mismo personaje, dos tradiciones narrativas

La figura de Alejandro Magno ha fascinado durante siglos por su carácter casi inabarcable: conquistador, estratega, político, mito, hombre joven marcado por una ambición sin precedentes. En la novela histórica contemporánea, pocas aproximaciones han resultado tan influyentes como la trilogía de Mary Renault y la de Valerio Massimo Manfredi. Ambas recorren los mismos grandes hitos vitales —infancia, formación, conquistas, muerte—, pero lo hacen desde tradiciones literarias diferenciadas.

Mary Renault se sitúa en una línea literaria y humanista. Su interés no es solo narrar hechos, sino comprender al individuo dentro de su contexto cultural, emocional y moral. El Alejandro que construye es brillante, carismático y excepcional, pero también contradictorio, vulnerable y, en ocasiones, inquietante. La Historia es, en sus novelas, un marco que permite explorar la psicología y las relaciones humanas.

Manfredi, por su parte, escribe desde una tradición épica y divulgativa. Su Alejandro es, ante todo, un protagonista de gran relato histórico: un hombre destinado a cambiar el mundo. El énfasis recae en la acción, el movimiento, la conquista y la magnitud de la empresa. La Historia se convierte en una narración continua de aventuras, sostenida por un ritmo ágil y una clara voluntad de entretenimiento.

Estructura y punto de vista

Las diferencias entre ambas trilogías se hacen evidentes también en su estructura y en la elección del punto de vista.

En la trilogía de Mary Renault —Fuego del paraíso, El muchacho persa y Juegos funerarios— resulta especialmente significativa la decisión de desplazar la mirada. El muchacho persa adopta la voz de Bagoas, un personaje periférico en los relatos tradicionales, lo que permite observar a Alejandro desde la intimidad, desde la cercanía emocional y desde una posición de subordinación. Además, Juegos funerarios se atreve a continuar más allá de la muerte del conquistador, explorando la descomposición del imperio y el vacío que deja su desaparición.

Manfredi, en cambio, mantiene a Alejandro como eje absoluto del relato a lo largo de El hijo del sueño, Las arenas de Amón y El confín del mundo. La narración avanza de forma lineal, siguiendo el curso de las campañas militares y el crecimiento del mito. No hay desplazamientos radicales del foco narrativo: todo gira en torno a la figura del líder y a su destino excepcional.

Estilo y ritmo narrativo

El estilo es, quizá, el punto donde ambas propuestas se separan con mayor claridad.

Mary Renault escribe con una prosa contenida, elegante y reflexiva. El ritmo es deliberado, a veces pausado, y concede espacio a la introspección, al diálogo y al análisis de las motivaciones internas. Sus novelas requieren una lectura atenta, dispuesta a detenerse en los matices y en los silencios.

Manfredi opta por una escritura más directa y visual. El ritmo es rápido, sostenido por escenas de acción, desplazamientos constantes y momentos de alta intensidad dramática. La introspección existe, pero nunca interrumpe el avance del relato. El resultado es una lectura fluida, casi cinematográfica, pensada para mantener al lector en continuo movimiento.

Historia, documentación y ficción

Ambos autores trabajan con un notable conocimiento de las fuentes clásicas, pero las integran de manera diferente.

Renault destaca por su cuidado extremo del contexto histórico y cultural: las costumbres griegas, la educación aristocrática, la religión, la concepción del poder y las relaciones personales están tratadas con gran precisión. Su representación de la sexualidad de Alejandro y de sus vínculos afectivos se apoya en interpretaciones historiográficas sólidas y evita tanto el anacronismo como el sensacionalismo.

Manfredi, aunque igualmente documentado, se permite una mayor libertad novelística. No duda en intensificar escenas, dramatizar conflictos o subrayar elementos místicos —como la idea del destino divino de Alejandro— para reforzar el tono épico del conjunto. La fidelidad histórica convive con una clara voluntad narrativa.

Personajes: humanidad frente a monumentalidad

En la obra de Mary Renault, los personajes secundarios poseen un peso significativo. Son individuos complejos, con voz propia, que contribuyen a construir una imagen poliédrica de Alejandro. El protagonista se define tanto por sus actos como por la forma en que los demás lo perciben.

En Manfredi, los personajes que rodean a Alejandro cumplen una función más simbólica y funcional. Refuerzan su grandeza, su soledad o su condición excepcional, pero rara vez compiten con él en profundidad psicológica. El retrato resultante es más monumental, más cercano al mito que al individuo cotidiano.

Dos Alejandros, una misma fascinación

Estas dos trilogías no se excluyen; se iluminan mutuamente. Mary Renault ofrece al lector el Alejandro íntimo, humano, contradictorio. Valerio Massimo Manfredi construye el Alejandro legendario, motor de una de las mayores epopeyas de la Historia. Entre ambos se despliega un abanico narrativo que demuestra la riqueza del personaje y la versatilidad de la novela histórica como género.

Compararlos no implica elegir, sino comprender. Y quizá ahí resida el mayor interés de esta doble lectura: en constatar que Alejandro Magno sigue siendo, siglos después, un territorio literario inagotable, capaz de reflejar tanto al hombre como al mito según la mirada de quien lo cuenta.


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