El 5 de noviembre de 2005 falleció John Fowles en Lyme Regis, el apacible pueblo costero del suroeste de Inglaterra donde vivió gran parte de su vida. Tenía setenta y nueve años y había publicado apenas un puñado de novelas, ensayos y diarios, pero bastaron para situarlo entre los escritores británicos más influyentes y enigmáticos del siglo XX. Su obra, a la vez filosófica y narrativa, romántica y experimental, sigue interrogando al lector sobre una cuestión esencial: qué significa ser libre.
Entre el existencialismo y la novela victoriana
John Robert Fowles nació el 31 de marzo de 1926 en Leigh-on-Sea, en el condado de Essex. Hijo de una familia de clase media, estudió en la Bedford School y luego en la Universidad de Oxford, donde se especializó en lenguas modernas. En sus años de formación se sintió atraído por el existencialismo de Sartre y Camus, y esa influencia marcaría toda su producción literaria. Pero, al mismo tiempo, Fowles era un lector apasionado de los clásicos ingleses, especialmente de las novelas del siglo XIX. De ese cruce entre el pensamiento filosófico moderno y la estructura narrativa tradicional surgiría su voz más característica.
Tras una breve experiencia como profesor en Grecia —una etapa que inspiraría su novela El mago—, Fowles decidió dedicarse a la escritura. Durante años escribió en silencio, hasta que en 1963 sorprendió a la crítica y al público con El coleccionista, una obra inquietante que inauguró su carrera literaria.
El coleccionista: el amor como prisión
El coleccionista es una novela claustrofóbica y psicológica que cuenta la historia de Frederick Clegg, un hombre solitario y socialmente torpe que gana la lotería y decide secuestrar a una joven estudiante de arte, Miranda Grey, con la esperanza de que ella acabe amándolo. La obra alterna los puntos de vista de ambos personajes: la voz del secuestrador, fría y obsesiva, y la de su víctima, lúcida y desesperada.
Más allá del argumento criminal, la novela plantea una reflexión sobre el poder, la incomunicación y la imposibilidad de poseer verdaderamente al otro. Algunos críticos la interpretaron como una metáfora política —la lucha entre una clase media conformista y una élite cultural liberal—, mientras que otros la vieron como una parábola sobre la soledad y la alienación en la sociedad moderna. El coleccionista fue un éxito inmediato, adaptado al cine en 1965 por William Wyler, y convirtió a Fowles en una nueva voz de la literatura inglesa.
El mago: el juego de la ilusión y el conocimiento
Dos años después, Fowles publicó El mago (The Magus), una novela que había comenzado a escribir durante su estancia en Grecia y que reescribiría varias veces. Su protagonista, Nicholas Urfe, es un joven profesor inglés que acepta un trabajo en una isla griega y se ve envuelto en los misteriosos juegos psicológicos de un hombre llamado Conchis. Nada es lo que parece en esta historia de manipulación, erotismo y autodescubrimiento.
El mago es, probablemente, la obra más ambiciosa y laberíntica de Fowles: una novela de iniciación, un experimento filosófico y un relato sobre la fragilidad de la realidad. En ella se mezclan la mitología griega, el psicoanálisis y la narrativa simbólica. El lector, como el protagonista, se ve atrapado en un proceso de aprendizaje que cuestiona los límites entre verdad y ficción, realidad y representación.
La mujer del teniente francés: la libertad como elección
En 1969, Fowles alcanzó su consagración definitiva con La mujer del teniente francés, una novela que combina la recreación histórica con la reflexión metaficcional. Ambientada en la Inglaterra victoriana, cuenta la historia de Sarah Woodruff, una mujer marginada por la sociedad por su supuesto amor ilícito hacia un oficial francés, y de Charles Smithson, un joven aristócrata comprometido que se enamora de ella.
Lo que distingue a esta obra no es solo su trama romántica, sino su compleja estructura narrativa: el narrador interrumpe la historia, comenta los hechos, ironiza sobre los personajes y ofrece finales alternativos. De este modo, Fowles convierte la novela en un juego de espejos sobre la libertad del individuo y del propio lector.
A través de Sarah Woodruff, el autor construye una figura femenina adelantada a su tiempo, consciente de su marginalidad pero dueña de su destino. La novela se convirtió en un clásico moderno y fue llevada al cine en 1981 bajo la dirección de Karel Reisz, con guion de Harold Pinter y memorables interpretaciones de Meryl Streep y Jeremy Irons.
El hombre y el escritor
Fowles nunca buscó la fama ni se adaptó fácilmente a los círculos literarios de Londres. En 1968 se instaló en Lyme Regis, un pequeño pueblo en la costa de Dorset, célebre por sus acantilados y su historia geológica. Allí escribió gran parte de su obra y se dedicó a la observación de la naturaleza y al estudio del arte. Su relación con la vida pública fue siempre ambivalente: disfrutaba del reconocimiento, pero desconfiaba de las etiquetas y las entrevistas.
En sus ensayos, reunidos en The Aristos (1964), y en sus diarios —publicados tras su muerte—, reflexiona sobre la soledad del escritor, la autenticidad del arte y la responsabilidad moral del creador. Fowles fue, en muchos sentidos, un autor introspectivo y moralista, aunque reacio a toda forma de dogmatismo. Su pensamiento combina la ironía británica con un humanismo crítico, más preocupado por las preguntas que por las respuestas.
Otras obras y últimos años
Después del éxito de La mujer del teniente francés, Fowles publicó Daniel Martin (1977), una novela extensa y ambiciosa sobre un guionista británico que revisa su vida y sus relaciones en el contexto del desencanto de la modernidad. En La torre de ébano (1974), una colección de relatos, vuelve a explorar los temas de la creación artística, el deseo y el enfrentamiento con la moral establecida.
Su última novela, El enigma (A Maggot, 1985), combina el misterio histórico con la reflexión sobre la fe y el conocimiento. Ambientada en el siglo XVIII, se presenta como un expediente judicial y juega con los límites del documento y la invención. Con ella cerró su ciclo narrativo, dejando claro que lo suyo no era repetir fórmulas, sino experimentar con la forma y el pensamiento.
Un legado de ambigüedad y lucidez
John Fowles fue un escritor difícil de clasificar. Su prosa, elegante y precisa, está impregnada de referencias filosóficas y literarias, pero también de una profunda humanidad. En sus novelas, los personajes se enfrentan siempre a una elección moral, y esa elección —a veces imposible— define su libertad. Fowles creía que la literatura debía reflejar la complejidad del mundo, y que la verdad, como la belleza, no podía imponerse sino descubrirse.
En una de las frases más citadas de La mujer del teniente francés, escribió:
“Somos libres de elegir, pero no libres de saber lo que elegimos.”
Esa paradoja resume su universo: la libertad como un misterio, el conocimiento como una forma de incertidumbre, y la vida como una narración que nunca termina de escribirse.
El eco de su obra
Hoy, a veinte años de su muerte, John Fowles sigue siendo un autor fascinante para quienes buscan en la literatura algo más que historias: una indagación moral, una aventura intelectual, una exploración de los límites entre realidad y ficción. Su obra invita a releer la tradición desde la ironía y la duda, sin perder el sentido del asombro.
En tiempos en que la literatura parece debatirse entre el entretenimiento y la autoficción, Fowles nos recuerda que narrar es también pensar, y que la imaginación, cuando se ejerce con rigor y libertad, sigue siendo una forma de conocimiento.
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