Un lugar mejor, de Pedro Ugarte (Páginas de Espuma, 2024), me produjo la impresión de que, detrás de cada relato, había un gesto, una frase o una duda que yo misma había sentido alguna vez.


El volumen reúne doce cuentos distribuidos en cuatro secciones —Estación de la memoria, Estación de la soledad, Estación de la mentira y Cuentos de la última estación—. Es un itinerario emocional que no solo marca el paso del tiempo, sino también los cambios internos, las etapas por las que todos transitamos alguna vez: recordar, estar solos, mentirnos o aceptar. Ugarte convierte esas “estaciones” en un mapa íntimo de la vida contemporánea.

Sus personajes son hombres y mujeres reconocibles, habitantes de casas corrientes, oficinas, trenes, barrios residenciales. Pero bajo esa normalidad se abre un terreno más incierto: el de la insatisfacción, el del silencio, el del pequeño desajuste que desvela quiénes somos. Me gusta esa capacidad suya de convertir lo cotidiano en algo inquietante, sin necesidad de grandes sobresaltos: basta una frase contenida o un gesto torpe para que todo cambie de sentido.

En este libro Ugarte escribe con una sobriedad admirable. La ironía, tan presente en obras anteriores, aquí se atenúa, y en su lugar asoma algo más tierno, casi compasivo. Su prosa tiene una claridad que no abruma y una elegancia que no se nota, esa que hace que uno lea despacio, saboreando cada frase. En más de un cuento he tenido la sensación de estar mirando a través de una ventana, viendo cómo se apaga la luz de una casa y comprendiendo, sin palabras, lo que ocurre dentro.

Hay algo que me ha parecido especialmente interesante: en varios relatos reaparece una voz masculina, a veces llamada “Jorge”, que parece observarlo todo desde una distancia leve, entre la lucidez y la duda. Esa recurrencia crea una especie de hilo invisible entre las historias, como si fueran variaciones de una misma melodía. No importa tanto si son distintos narradores o el mismo personaje en distintas edades: lo que importa es esa mirada que se repite, que observa, que intenta comprender sin juzgar.

El título, Un lugar mejor, tiene algo de promesa y de ironía. Los personajes lo buscan con obstinación —una vida más plena, una segunda oportunidad, una habitación luminosa donde todo encaje—, pero Ugarte nos recuerda que quizás ese lugar no existe fuera de nosotros. Que la felicidad, si existe, es frágil y momentánea, “un archipiélago de islas pequeñas azotadas por un océano oscuro”, como se dice en el propio libro.

No hay en estos cuentos grandes giros ni finales redondos. Lo que queda, al cerrar el volumen, es una sensación de compañía: la de haber pasado por las mismas estaciones que sus personajes, la de entender que la vida no se compone de certezas, sino de pequeños destellos de sentido. Ugarte escribe sobre lo que no decimos, sobre lo que fingimos no ver, sobre ese temblor que se instala entre la rutina y el deseo.

Un lugar mejor confirma que Pedro Ugarte es uno de los narradores de cuentos más sólidos del panorama español. Pero, más allá de eso, para mí ha sido una lectura reconfortante y melancólica: un recordatorio de que seguimos buscando, aun sabiendo que quizá no hay destino final, solo viaje. Leerlo ha sido como mirar desde un tren en marcha: ver pasar la vida, reconocerse en sus paisajes, y aceptar —con cierta serenidad— que el lugar mejor, si llega, será siempre provisional.


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