Hay libros que abren el apetito y otros que invitan a pensar. Gastrosofía (Editorial Rosamerón, 2022) logra ambas cosas. Cristina Macía y Eduardo Infante han escrito una obra deliciosa —en todos los sentidos— que combina filosofía, historia y cocina con una naturalidad sorprendente. No se trata de un recetario al uso ni de un manual académico, sino de una exploración del pensamiento humano a través de la comida: una invitación a reflexionar sobre cómo comemos, por qué lo hacemos y qué dice eso de nosotros.
El punto de partida es el viejo concepto de “gastrosofía”, acuñado en el siglo XIX por Eugen von Vaerst, quien ya intuía que el acto de comer no solo alimenta el cuerpo, sino también el espíritu. Macía e Infante retoman esa idea para construir una historia atípica de la filosofía, donde las ideas se sirven en platos, los filósofos tienen apetitos concretos y el pensamiento se cocina a fuego lento.
Una filosofía con aroma de cocina
El libro propone un viaje por la historia del pensamiento, desde los pitagóricos hasta los filósofos modernos, mostrando cómo cada corriente ha entendido la relación entre cuerpo y alma, placer y moderación, necesidad y deseo. ¿Qué comía Platón? ¿Por qué Pitágoras prohibía el consumo de habas? ¿Qué decía Nietzsche del vino? ¿Y qué relación hay entre el ayuno de los ascetas medievales y la búsqueda de lo divino?
Cada capítulo mezcla anécdotas, reflexiones y recetas inspiradas en la época o el personaje tratado. Es un recurso tan ingenioso como simbólico: no se trata de reproducir los menús de los antiguos griegos, sino de convertir la filosofía en una experiencia sensorial. Leer y cocinar, pensar y saborear, forman parte de un mismo gesto.
El tono del libro es accesible, desenfadado, incluso humorístico por momentos. Eduardo Infante, conocido por su labor divulgativa en redes y en el aula, aporta la mirada filosófica; Cristina Macía, escritora y cocinera, traduce esas ideas al lenguaje de la cocina. El resultado es un diálogo ameno, repleto de curiosidades y guiños para el lector, que se mueve con soltura entre la erudición y la ligereza.
Entre el placer y la ética
Uno de los aciertos de Gastrosofía es recordar que comer nunca ha sido un acto neutral. La elección de los alimentos, la forma de compartirlos o de abstenerse de ellos ha estado siempre atravesada por la moral, la religión, la política y la cultura. De ahí que el libro explore la tensión entre el placer y la moderación, entre la gula y la templanza, entre el goce sensorial y el pensamiento ascético.
A lo largo de sus páginas desfilan figuras que encarnan distintas visiones de la buena vida: los estoicos y su austeridad, los epicúreos y su hedonismo equilibrado, los místicos que hallaban en el ayuno un camino hacia lo divino, los ilustrados que confiaban en la razón y en la mesa como espacio civilizado. Incluso se rescatan voces femeninas y pensadores menos citados, recordándonos que la historia de la filosofía también se ha cocinado en los márgenes.
Un libro para leer con apetito
Gastrosofía es una obra divulgativa con vocación lúdica, pero no superficial. Su mérito está en encontrar el punto justo entre el rigor y la ligereza, haciendo accesibles ideas que, en otros contextos, podrían resultar áridas. No pretende sustituir a un manual de historia de la filosofía, sino abrir nuevas puertas: desde la cocina, desde el cuerpo, desde el placer.
Cada receta que acompaña los capítulos es más un gesto simbólico que una guía práctica, pero funciona como una invitación a participar en la experiencia. Al final, el libro no busca solo que pensemos sobre la comida, sino que comamos pensando, que hagamos del acto de cocinar un modo de entender el mundo.
Valoración personal
Gastrosofía me ha parecido un libro inteligente, divertido y, sobre todo, humano. Tiene algo de celebración de la vida y de los sentidos, una defensa del pensamiento que no reniega del placer. Su lectura deja la sensación de haber compartido una buena conversación alrededor de una mesa, con un vino y una idea que se queda dando vueltas. Simplificando: lo he disfrutado mucho.
Es un libro ideal para quienes disfrutan de la filosofía sin solemnidad, para lectores curiosos que buscan nuevas formas de conectar la cultura con la vida cotidiana, y para quienes creen que pensar también puede ser una forma de cocinar.
Porque, como dejan entrever Macía e Infante, el pensamiento —igual que la buena cocina— necesita tiempo, atención y una pizca de placer.
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