Hay novelas que se convierten en un desafío, un juego literario en el que el lector tiene que aceptar ciertas reglas poco cómodas. La bahía del espejo (Runas,2023), de Catriona Ward, pertenece a este grupo. Es una obra que descoloca, desconcierta y al mismo tiempo fascina, porque convierte la experiencia de lectura en un espejo en el que cada página devuelve un reflejo distinto.


La historia comienza con Wilder Harlow, un joven que recuerda el verano de su adolescencia en la costa de Maine. Allí, junto a otros dos chicos de su edad, vive una experiencia marcada por secretos, tensiones y hechos oscuros que lo perseguirán durante el resto de su vida. Años más tarde, convertido en adulto, regresa a aquel escenario para tratar de entender lo ocurrido y, sobre todo, para narrarlo. Ese intento de reconstrucción del pasado es lo que vertebra la novela: no tanto los sucesos en sí, sino la manera en que se recuerdan y se cuentan.

Lo que Ward plantea es un relato en primera persona donde nada es seguro. Wilder no es un narrador fiable, y el lector pronto se da cuenta de que lo que lee puede ser verdad, mentira, un recuerdo distorsionado o incluso una fantasía. Este recurso, lejos de ser un mero artificio, es la clave de la novela: la memoria nunca es objetiva, siempre está contaminada por lo que deseamos, lo que tememos o lo que hemos olvidado. En este sentido, La bahía del espejo es tanto un thriller psicológico como una reflexión sobre la fragilidad del recuerdo.

La técnica narrativa refuerza este juego. Ward emplea saltos temporales, cambios de tono y capas de ficción dentro de la ficción. En ocasiones, la historia parece un manuscrito escrito por el propio protagonista; en otras, un testimonio íntimo; y a veces, un espejo roto en el que las piezas no terminan de encajar. El resultado es una lectura que exige atención, porque en cualquier página puede cambiar el sentido de lo que creías entender.

La ambientación es otro de sus grandes aciertos. El paisaje costero de Maine, con su bahía silenciosa y sus acantilados, se convierte en un escenario casi hipnótico, cargado de simbolismo. El mar funciona como metáfora del inconsciente: profundo, oscuro y siempre dispuesto a devolver ecos de lo que se quiso enterrar. Esa atmósfera envolvente es la que sostiene el misterio incluso cuando la trama parece difuminarse en ambigüedades.

Personalmente, lo que más me ha gustado es la valentía de Ward para no dar respuestas claras. La novela no se lee para resolver un enigma, sino para experimentar la sensación de no saber qué es real y qué es inventado. Ese desconcierto es, en el fondo, el mismo que sentimos todos al revisar nuestros recuerdos: nunca son fieles, siempre cambian de forma con el paso del tiempo.

En definitiva, La bahía del espejo es una novela ambiciosa que mezcla terror psicológico, metaliteratura y un juego narrativo que no deja indiferente. Puede resultar exigente, incluso desorientadora, pero si se acepta la propuesta, ofrece una experiencia única: un viaje a los límites de la memoria y de la verdad, contado con la intensidad atmosférica que caracteriza a Catriona Ward.

Volveré a leerla


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