Segovia es una ciudad que se camina con calma, entre piedras doradas y cielos amplios. Sus calles, murallas y plazas parecen invitar al viajero a detenerse en cada rincón. Este verano, durante nuestra visita en agosto, hubo un momento especial: la entrada a la Casa-Museo de Antonio Machado, un espacio donde el tiempo parece haberse detenido.
El busto entre el follaje
En el patio del museo nos recibió, casi escondido entre los arbustos, el busto del poeta. Una presencia discreta, como si Machado aún prefiriera observar en silencio desde la penumbra, fiel a esa modestia que lo caracterizaba.

Versos en las paredes
Dentro, las paredes hablan. Junto a poemas expuestos, como el célebre “Retrato” y los versos dedicados al escultor Emiliano Barral, se siente la cercanía del hombre que supo convertir lo cotidiano en eternidad.


La biblioteca del poeta
En una de las vitrinas aparecen ejemplares originales de sus libros: Nuevas canciones, La guerra, La tierra de Alvargonzález, Juan de Mairena. Verlos ahí, con sus cubiertas sobrias y su tipografía de época, provoca una emoción íntima, como si cada volumen guardara todavía la voz del poeta.


La Casa-Museo no solo habla del Machado escritor, también del hombre comprometido. Fotografías y recortes de prensa recuerdan su participación en la vida política de Segovia, como aquel acto en el Teatro Juan Bravo en 1931, o la proclamación de la República en la Plaza Mayor.



El eco de Guiomar
En otro rincón aparece la presencia de Guiomar, Pilar de Valderrama, a través de fotografías y referencias a su relación poética y sentimental. Allí, los ecos de cartas y poemas resuenan todavía, como una historia de amor y literatura que marcó los últimos años creativos del poeta.


Un lugar para detener el tiempo
Cada sala conserva un aire austero: la cama de hierro, el escritorio sencillo, los objetos mínimos que acompañaron al poeta durante más de una década en Segovia. No hacen falta grandes ornamentos: la verdadera riqueza está en la atmósfera, en la sensación de estar entrando en un lugar habitado por palabras y silencios.
Salir de la Casa-Museo fue regresar de un paréntesis íntimo. Afuera, la ciudad seguía brillando bajo el sol de agosto: el Acueducto, la Catedral, las callejuelas donde resuena todavía la vida. Pero llevar en la memoria la figura de Antonio Machado, tan presente en esas estancias, convirtió nuestro paseo por Segovia en algo más: un encuentro con la historia viva de la poesía.


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