Gabriel García Márquez sorprendió a sus lectores en 2004 con Memoria de mis putas tristes, una breve novela que terminó siendo su último libro de ficción publicado en vida. El texto desató polémica desde su aparición, tanto por el tema que aborda como por el tono con que lo hace. Sin embargo, también ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la vejez, el deseo, la soledad y la ternura en el ocaso de la vida.
He de reconocer que este siempre ha sido mi autor favorito desde que leí Cien años de soledad, cuando tenía 12 años, No obstante, sin desmerecerlo, esta novela me ha chirriado, posiblemente porque yo he cambiado y el contexto que nos rodea también.
La historia está narrada en primera persona por un periodista nonagenario, solitario y acostumbrado a comprar amor por una tarifa fija. El día que cumple 90 años decide regalarse “una noche de amor loco con una adolescente virgen”. Lo que encuentra, sin embargo, no es un simple encuentro carnal: la muchacha duerme plácidamente y nunca llega a pronunciar palabra en toda la narración. A partir de esa noche, el protagonista descubre en sí mismo sentimientos de ternura, cuidado y fascinación que nunca había experimentado en sus relaciones con mujeres.
Más allá de la controversia —que es inevitable al poner en el centro la figura de una niña prostituida—, la novela se sostiene como una meditación sobre la vejez y el despertar tardío de una forma distinta de amar. El narrador, que durante toda su vida vivió con cinismo y desapego, encuentra un motivo vital en esta relación extraña y unilateral. En cierto sentido, García Márquez invierte el mito fáustico: en lugar de vender su alma por juventud, el anciano la recupera al descubrir sentimientos nuevos a una edad en la que ya no esperaba nada.
El estilo es el característico del autor: frases fluidas, imágenes poéticas, toques de humor irónico y una sensualidad contenida que dialoga con la tradición de la literatura erótica. Sin embargo, la novela está despojada de los grandes escenarios corales del realismo mágico; se trata de un relato íntimo, casi confesional, donde prima la mirada subjetiva del narrador.
Entre sus virtudes destacan la capacidad para condensar en poco más de cien páginas una reflexión sobre la memoria, el tiempo y la ternura, así como la creación de un personaje narrador complejo, que oscila entre la repulsión y la compasión. Como debilidad, algunos lectores encuentran difícil separar el lirismo de la obra de la problemática ética de su punto de partida, lo que ha convertido a Memoria de mis putas tristes en uno de los libros más discutidos de García Márquez.
En cualquier caso, es un texto que cierra de manera singular la carrera narrativa del autor: no con una epopeya multigeneracional, sino con una confesión íntima, polémica y provocadora. Un testamento literario que obliga a pensar sobre los límites del deseo, la nostalgia de lo que no fue y el sentido del amor en el tramo final de la vida.
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