Una mentira peligrosa es de esas novelas que lo empiezas por curiosidad y porque, aunque esté dirigido a un lector juvenil, el tema nos afecta a jóvenes y adultos y, además, hace tiempo que sigo a Elia Barceló, esa autora con mirada amable hacia lo fantástico y lo juvenil, y saber que emprendía un thriller en clave contemporánea me resultó irresistible.
El protagonista es Jaime, un chico de 17 años que se muda solo a Valencia para terminar el bachillerato. Ese inicio ya transmite una sensación de vértigo: independencia, nuevas rutinas, la ilusión y el miedo mezclados. Pero enseguida aparece el detonante: recibe una carta destinada a un antiguo inquilino de su piso, alguien que también se llamaba Jaime Martínez. Contestarla, sin pensarlo demasiado, será el error que cambie su vida.
Lo que más me atrapó fue la manera en que Barceló convierte un hecho tan simple en una espiral de tensión. Una mentira pequeña, casi inocente, puede transformarse en un laberinto que no se controla. Y aquí está el corazón de la historia: la fragilidad de la identidad, lo fácil que es quedar atrapado en lo que otros creen de ti y lo difícil que resulta deshacer esa red una vez tejida. Pero solo eso no es suficiente. A pesar de lo mucho que se habla de amistad, sobre todo cuando eres joven, esta puede no ser sincera. La envidia se cuela en los huecos más inesperados y, en este caso, es precisamente un “amigo” quien, bajo la excusa de una broma, convierte la vida de Jaime en un auténtico infierno.
El paralelismo con Las amistades peligrosas no es casual: aquella novela epistolar del siglo XVIII, centrada en la manipulación y el juego cruel entre jóvenes privilegiados, resuena en este relato actual donde las cartas, los mensajes y los rumores funcionan como armas. Cambian los tiempos y los escenarios, pero la crueldad y la manipulación siguen siendo las mismas.
El retrato del ambiente escolar es especialmente veraz. Jaime no solo es el “nuevo”, sino también el “empollón”, y eso basta para convertirse en blanco fácil. El rechazo de algunos compañeros, la soledad de sentirse distinto y la lejanía de unos padres que trabajan en otro país, dibujan un entorno donde la vulnerabilidad se multiplica. A todo esto se suma la pasividad del profesorado, en especial de la dirección del centro, que observa sin intervenir, y que incluso llega a culpar a la víctima en lugar de protegerla. Esa mirada incómoda a la complicidad de los adultos es quizá uno de los aspectos más dolorosos y necesarios de la novela.
La ambientación juvenil está muy lograda: las clases de bachillerato, las inseguridades, las amistades y las lecturas obligatorias que de pronto iluminan la vida real. Ese cruce entre lo académico y lo vital, entre lo que se estudia y lo que se vive, le da a la novela una capa de complicidad que me devolvió recuerdos de mi propia adolescencia.
El ritmo es ágil, lleno de giros que mantienen la tensión, pero también con momentos de pausa que invitan a reflexionar. No es solo un thriller pensado para enganchar —que lo hace—, sino también una historia que deja preguntas incómodas sobre la verdad, la mentira y las consecuencias de ambas.
Al cerrar el libro me quedó una sensación clara: la mentira nunca es inofensiva. Aunque nazca como un juego, no es controlable, siempre guarda un filo inesperado. Y esa incomodidad, ese poso de inquietud, es lo que hace que esta novela siga vibrando.
Descubre más desde El baúl de Xandris
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
