El asesino de la máscara Noh (Contraluz, 2024) de Malenka Ramos, es de esas novelas que consiguen envolver al lector en una atmósfera oscura y fascinante desde su inicio. Malenka Ramos nos arrastra a una Barcelona que, lejos de los clichés luminosos, se muestra como un laberinto subterráneo, húmedo y amenazante, donde cada sombra puede esconder un secreto y cada esquina, un cadáver.
La historia comienza con un hallazgo perturbador: un cuerpo mutilado al que le han arrancado parte del rostro para cubrirlo con una máscara japonesa del teatro Noh. Este gesto, brutal y poético al mismo tiempo, marca la pauta de la novela: una fusión de lo macabro con lo simbólico, lo policial con lo ritual.
El inspector Andreu Martí, encargado del caso, no solo se enfrenta a un asesino inteligente y cruel, sino también a los fantasmas de su propio pasado. Lo que podría ser una investigación más se convierte para él en un descenso íntimo, una lucha entre la obligación profesional y el dolor personal. Ese choque entre lo externo y lo interno aporta tensión a cada capítulo, y nos recuerda que los crímenes más difíciles de resolver son a veces los que llevamos dentro.
Pero la novela no se limita a la trama barcelonesa. En paralelo, viajamos a Japón, donde otra historia —aparentemente desconectada— nos sumerge en la tradición del teatro Noh, en sus símbolos y en un mundo de rituales ancestrales cargados de misterio. Lo fascinante es cómo Ramos consigue que esta subtrama no sea un simple decorado exótico, sino una pieza esencial que terminará encajando con los asesinatos en Barcelona. El lector percibe desde el inicio que ambas líneas narrativas acabarán cruzándose, y cuando lo hacen, el efecto es sorprendente y perturbador.
Malenka Ramos despliega una escritura envolvente, cargada de imágenes intensas, que combina el ritmo del thriller con la atmósfera inquietante del terror psicológico. El recurso de la máscara Noh no es un simple adorno cultural: funciona como metáfora del disfraz, de lo oculto, de la identidad desgarrada. Cada aparición de esa máscara parece cuestionarnos qué rostro verdadero se esconde detrás de los personajes y, en última instancia, detrás de nosotros mismos como lectores.
La novela avanza con un pulso trepidante en su primera mitad, con escenas que se leen casi con la respiración contenida. Más adelante, el ritmo se vuelve más pausado, pero esa calma aparente solo sirve para preparar un desenlace en el que las piezas dispersas —Barcelona, Japón, lo policial y lo personal— encajan.
Lo que más me ha atrapado de El asesino de la máscara Noh no es solo el misterio en torno al asesino, sino el modo en que la autora logra que el escenario urbano se convierta en un personaje más: túneles, calles desiertas, estaciones abandonadas… Barcelona aparece aquí como un teatro de sombras donde lo siniestro se mezcla con lo cotidiano, en contraste y diálogo constante con la tradición japonesa.
En definitiva, se trata de un thriller que destaca por su atmósfera original, su tensión narrativa y su capacidad de enlazar dos mundos —el europeo y el japonés— en una trama tan macabra como poética. Malenka Ramos sabe cómo mantener al lector en vilo, pero también cómo invitarlo a reflexionar sobre la fragilidad de las máscaras que todos llevamos.
Porque al final, esta novela no solo habla de un asesino, sino de la imposibilidad de conocer por completo el rostro ajeno, y quizá tampoco el nuestro.
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