Hay distopías que se leen con la inquietante sensación de que podrían ocurrir en cualquier momento si la maquinaria social diera un giro perverso. Cadáver exquisito (2017), de Agustina Bazterrica, es una de ellas. Escalofriante, implacable y carente de cualquier resquicio de alivio, esta novela argentina nos lanza a un futuro cercano en el que un virus ha hecho que la carne animal sea tóxica para el consumo. La respuesta global no es repensar nuestra forma de alimentarnos, sino crear un sistema industrial para criar, sacrificar y procesar carne humana.


La propuesta es brutal en su lógica: un cambio en las circunstancias provoca un reajuste en la cadena de producción y en el lenguaje que lo sostiene. El término “personas” desaparece, sustituido por “cabezas” o “ejemplares”. El acto de matar se convierte en “procesar”. El horror se diluye bajo una terminología técnica, como si las palabras fueran la anestesia moral que permite seguir adelante.

Argumento

En este engranaje trabaja Marcos Tejo, un hombre que sobrevive emocionalmente a duras penas: su hijo ha muerto, su matrimonio se desmorona y su empleo en un frigorífico procesador de “carne especial” lo mantiene en contacto diario con una violencia sistemática. Un día recibe un “regalo” inquietante: un ejemplar hembra viva de calidad premium, destinada a su consumo personal. Contra toda lógica y norma, Marcos decide no matarla. La alimenta, la viste, la cuida, e incluso le pone un nombre: Jasmine.
Esta decisión lo coloca en un terreno resbaladizo, donde la compasión y el instinto de supervivencia se mezclan con la conciencia de que vive inmerso en un sistema que ha normalizado lo inaceptable.

Una distopía que dialoga con otras

Al leerla, es inevitable pensar en El cuento de la criada de Margaret Atwood. Allí, la distopía nace de la escasez de hijos y de un régimen totalitario que somete a las mujeres fértiles. Aquí, la grieta inicial es la escasez de carne animal y la solución es institucionalizar el canibalismo. En ambos casos, la sociedad se adapta sin resistencia real, aceptando las reglas que impone la supervivencia —o lo que se vende como tal—.

Y uno no puede evitar preguntarse: ¿de verdad la falta de carne justificaría convertir a otros seres humanos en ganado? En un mundo donde los alimentos de origen vegetal existen y son una alternativa real, ¿no es esa supuesta “solución” una excusa más para seguir sosteniendo un modelo de consumo sin renuncias? El libro pone el dedo en la llaga: no es la necesidad lo que empuja a las sociedades distópicas, sino la voluntad de preservar la comodidad y el hábito, aunque sea a costa de otros.

La dinámica de las fichas de dominó

Lo más perturbador de la novela no es la violencia explícita —que Bazterrica administra con sobriedad—, sino cómo la gente entra en la dinámica sin cuestionarla. Las leyes se aprueban, las industrias se adaptan, los vecinos hacen sus compras, y la vida sigue como si nada. Cada persona es una ficha en una hilera de dominó que cae con precisión mecánica, empujada por la ficha anterior, sin pensar en quién puso la mano para iniciar la cadena.
Esta naturalización del horror recuerda que lo verdaderamente peligroso no es la maldad aislada, sino el consentimiento colectivo, el “es lo que hay” que sofoca cualquier intento de resistencia.

Estilo y atmósfera

La prosa de Bazterrica es seca, afilada, sin concesiones. No hay grandes discursos morales, sino un retrato preciso de cómo la crueldad se convierte en rutina cuando se viste de normalidad. La atmósfera es claustrofóbica: cada página nos encierra un poco más en ese mundo hasta que casi olvidamos que lo que leemos es impensable… o debería serlo.

Valoración personal

Leer Cadáver exquisito me dejó con una sensación de inquietud que no se disipó al cerrar el libro. No solo por la crudeza de la premisa, sino porque, en el fondo, la novela no habla de un futuro imposible, sino de cómo ya operan muchos sistemas que aceptamos sin pensar. Cambia la carne por otro recurso, cambia las “cabezas” por otra población vulnerable, y la mecánica se mantiene.
Es una lectura dura, incómoda y necesaria. Bazterrica no da respiro ni ofrece escapatoria, y tal vez ahí radique su fuerza: obligarnos a mirar el mecanismo hasta que reconozcamos que, en él, también podríamos ser una ficha más.


Descubre más desde El baúl de Xandris

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.