No todas las lecturas te persiguen cuando cierras el libro… pero El llanto del cuco (Editorial Dolmen, 2025) lo hace, y no pide permiso. Hay novelas que terminan cuando pasas la última página y otras que siguen rondando tu cabeza durante días. Esta es de las segundas, y no solo por lo inquietante de su trama, sino por la forma en que Iván Ledesma consigue envolverlo todo en una atmósfera densa, como de niebla que no se disipa.


Volvemos a La Colmena, un edificio que no es solo escenario, sino personaje: un monstruo de cemento con pasillos interminables, paredes desconchadas y vecinos que prefieren no saber demasiado de los demás. Allí, cuatro años antes, Aarón —un niño de 8 años— entró en un ascensor y nunca llegó al colegio. Su rastro se evaporó, dejando a su familia atrapada en una ausencia imposible de asumir. La Colmena ya apareció en otra obra anterior del autor: El rito circular.

El presente nos lleva hasta una enfermera que, justo el día de la desaparición, fue la última persona en verlo con vida. Vive atormentada por ese recuerdo… y por unos sueños que se han vuelto demasiado vívidos. En ellos, Aarón le habla desde dentro de una maleta escondida en un rincón oscuro. Con cada noche, el límite entre lo real y lo onírico se vuelve más difuso, y ella empieza a preguntarse si esos mensajes pueden ser, de algún modo, verdad.

Lo que me atrapó

  • El ambiente: pocas veces un escenario pesa tanto. La Colmena es fría y opresiva, pero al mismo tiempo íntima, como si conociera los secretos de todos sus inquilinos. Esa sensación de que algo acecha detrás de cada puerta es constante.
  • Los personajes: Ledesma huye del maniqueísmo. Aquí no hay héroes perfectos ni villanos caricaturescos, sino gente marcada por la pérdida, la culpa o el miedo, que toman decisiones equivocadas por motivos demasiado humanos.
  • El suspense: el autor sabe manejar el goteo de información. Cada capítulo cierra con una ligera punzada de intriga que obliga a seguir. Ese “uno más y lo dejo” se convierte fácilmente en “me lo acabo esta noche”.

La técnica narrativa

La novela está construida con una estructura coral que le da mucha riqueza: no seguimos solo a la enfermera y la familia de Aarón, sino también a vecinos, policías y otras figuras que orbitan alrededor del caso. Cada punto de vista aporta piezas distintas del puzle, y a veces contradicciones que aumentan la tensión.

El narrador se adentra en la mente de los personajes con un punto de vista interno muy efectivo: el lector sabe lo que sienten y piensan, pero no siempre lo que callan, lo que mantiene viva la sospecha. Ledesma opta por un estilo ágil, con frases cortas y diálogos naturales, casi como si espiáramos conversaciones reales. Las descripciones son breves pero potentes, capaces de evocar imágenes nítidas con muy pocas palabras.

En cuanto al ritmo, combina pasajes más pausados —que permiten respirar y profundizar en lo emocional— con acelerones narrativos que te arrastran de golpe. Esa alternancia entre calma y vértigo ayuda a que el suspense nunca decaiga.

En resumen

El llanto del cuco es un thriller psicológico que se mueve entre el misterio, el terror sutil y el drama humano. Habla de pérdidas irreparables, culpas que pesan como piedras y heridas que no cierran, pero lo hace sin perder el pulso narrativo ni la tensión.

Es una novela que te absorbe por su ambientación, te retiene por sus personajes y te remata con una historia que se siente inquietantemente posible. Si buscas una lectura que combine emoción, tensión y ese tipo de miedo que no viene de monstruos, sino de lo que se oculta tras una puerta cerrada, este libro te va a atrapar.


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