El 5 de agosto de 1850 nació en Normandía uno de los grandes narradores de la literatura francesa: Guy de Maupassant. Maestro del cuento breve, cronista agudo de su época y novelista de mirada lúcida, Maupassant escribió sobre el amor, la guerra, la locura y la ambición con una mezcla de realismo, ironía y pesimismo que sigue resonando más de un siglo después.
Un discípulo de Flaubert con voz propia
Maupassant fue alumno de Gustave Flaubert, quien no solo lo guió en sus primeros pasos literarios, sino que también le inculcó la exigencia de un estilo claro, preciso y sin adornos innecesarios. Pronto, esa herencia se convirtió en una voz propia: más irónica, más sombría, más centrada en los claroscuros del alma humana.
Su primer gran éxito llegó en 1880 con el cuento “Bola de sebo”, incluido en Las veladas de Médan, una obra colectiva que agrupó a varios autores naturalistas. La historia —una crítica feroz a la hipocresía de la burguesía durante la guerra franco-prusiana— lo catapultó a la fama y marcó el inicio de una carrera vertiginosa.
El maestro del cuento moderno
Si hay algo por lo que Maupassant se ganó un lugar en la historia de la literatura, es por su dominio del cuento corto. Escribió más de 300 relatos, muchos de los cuales se siguen leyendo como joyas del género.
Entre los más célebres se encuentran:
- “El collar”: una parábola cruel sobre la apariencia social y el precio de las ilusiones.
- “El Horla”: una historia de terror psicológico que anticipa a Lovecraft y a Poe.
- “Sobre el agua” y “La mano disecada”: son relatos que mezclan lo cotidiano con lo inquietante, siempre desde una óptica racional pero abierta al misterio.
También novelista, viajero y cronista
Aunque menos conocidas que sus cuentos, Maupassant también escribió novelas notables. La más famosa es “Bel-Ami”, donde retrata a un periodista ambicioso que escala en la sociedad parisina utilizando su atractivo físico y su habilidad para manipular a las mujeres. Es, en el fondo, un retrato despiadado del arribismo y la corrupción moral.
Otras novelas como “Una vida” o “Fuerte como la muerte” ofrecen retratos melancólicos de personajes atrapados por su época, sus pasiones o sus frustraciones. También publicó crónicas de viajes —como Al sol o La vida errante— que revelan su fascinación por el Mediterráneo, el norte de África y el exotismo.
Una vida corta, una obra duradera
La vida de Maupassant fue breve. Murió en 1893, a los 42 años, tras años de sufrimiento físico y mental, probablemente debido a la sífilis. Sus últimos años los pasó internado en un sanatorio, acosado por alucinaciones, paranoias y un profundo desgarramiento interior.
Sin embargo, en poco más de una década activa, construyó una obra que todavía hoy deslumbra por su claridad estilística, su profundidad psicológica y su crítica social. Fue un testigo incómodo de su tiempo, y también un precursor del siglo XX en su manera de entender la ficción.
¿Por qué seguir leyendo a Maupassant hoy?
Porque sus cuentos siguen siendo ejemplares en lo narrativo. Porque sus personajes, aunque sean del siglo XIX, hablan de nosotros: nuestras ambiciones, contradicciones, miedos, deseos. Porque logra lo que todo buen escritor debería aspirar a hacer: decir mucho con poco, y dejar una huella duradera con unas pocas palabras bien escogidas.
En tiempos de sobreinformación, leer a Maupassant es una lección de economía narrativa, de observación afilada y de escritura con propósito. Y eso, hoy más que nunca, es un lujo.
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