Antes de que existieran los libros, incluso antes de que alguien supiera leer, la literatura ya vivía en la voz. Durante siglos, los relatos se transmitían oralmente: se narraban hazañas reales o inventadas, se recitaban poemas de memoria, se repetían leyendas de generación en generación. La mayoría de la gente no sabía leer, y aun así, las historias viajaban. La literatura nació hablada, no escrita.


Esa tradición oral nunca ha desaparecido del todo, pero durante el siglo XX cobró una nueva forma con la llegada de la radio, y hoy, con el auge del audiolibro, vuelve a colocarse en el centro de nuestra experiencia literaria.

Cuando la literatura se escuchaba

Autoras y autores como Dylan Thomas o Juan Rulfo supieron que contar historias no era solo escribirlas, sino hacerlas sonar. Thomas, por ejemplo, escribió su célebre obra Under Milk Wood como una pieza para ser escuchada por radio. Se trata de un poema lleno de voces, ritmos y juegos sonoros que se entienden mejor al oído que en la página.

Por su parte, Juan Rulfo —autor de Pedro Páramo— trabajó durante años escribiendo guiones para la radio. Su novela más conocida, de hecho, parece construida como un collage de voces fantasmales que hablan desde la muerte, como si alguien encendiera una radio antigua y escuchara ecos del pasado.

Audiolibros: una nueva forma de leer

En los últimos años, los audiolibros se han convertido en un formato cada vez más popular. Son mucho más que una moda: nos permiten escuchar novelas mientras caminamos, viajamos o cocinamos, y redescubrir el placer de que nos cuenten una historia al oído.

Pero además de su comodidad, los audiolibros tienen un valor profundo: permiten el acceso a la literatura a personas con discapacidad visual o con dificultades lectoras como la dislexia. Para quienes no pueden leer en papel o en pantalla, escuchar un libro puede ser una puerta abierta al conocimiento, la imaginación y la emoción. En este sentido, los audiolibros no son solo un formato alternativo: son una herramienta de inclusión cultural.

Volver a la voz

La radio y ahora los audiolibros nos recuerdan que la literatura no nació en las páginas, sino en la oralidad, en los relatos que se contaban de noche, alrededor del fuego. Escuchar una historia —y no solo leerla— es una experiencia íntima, envolvente, casi mágica.

Y quizá por eso, tantos escritores contemporáneos están pensando sus obras no solo para ser leídas, sino para ser escuchadas. Porque, en el fondo, una buena historia siempre encuentra el camino hacia el oído del lector.


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