Una lectura corta, intensa y perturbadora

Teoría del Gran Infierno es de esos libros que no se leen, se atraviesan. Desde las primeras páginas, Iván Humanes nos lanza sin aviso a un mundo extraño, a medio camino entre la pesadilla, la alucinación y el humor más negro. Lo hace a través de microrrelatos que no suelen pasar de la página, y sin embargo, muchos de ellos se quedan dando vueltas en la cabeza durante días.


Lo que más me ha impresionado es cómo el autor logra crear una atmósfera tan cargada con tan poco. Cada relato es como una chispa: puede no decir mucho en apariencia, pero deja una quemadura. Algunos parecen ser independientes, otros parecen formar parte de una historia más grande, con brujas, faros, rituales y personajes perturbadores, pero todos comparten ese aire de locura lúcida, de belleza sucia y mirada torcida sobre el mundo.

En cuanto a la técnica narrativa, Humanes demuestra un dominio impresionante del lenguaje breve. No se limita a contar historias: insinúa, sugiere, despliega imágenes potentes que a veces rozan lo poético y otras lo grotesco. Juega con lo fragmentario y no le teme a la ambigüedad, más bien la usa como herramienta para inquietar. Sus microrrelatos no siempre tienen una estructura clásica —inicio, desarrollo y final—; en muchos casos, son como fogonazos que iluminan algo oscuro durante un segundo y luego te dejan a solas con la sombra. Hay un ritmo muy cuidado en la elección de las palabras, una especie de musicalidad enferma que va construyendo un clima entre lo sensual y lo siniestro.

Entre los relatos que más me impactaron está el número 30. Es uno de esos que no necesita grandes trucos para dejar huella. Tiene una imagen central tan poderosa, tan bien elegida, que te atrapa de inmediato. No hay un giro final espectacular, pero sí una sensación incómoda que se queda contigo. Es de los que lees dos veces solo para comprobar que lo que sentiste fue real.

El número 40 también me gustó mucho. Es de esos relatos que parecen sencillos, pero que contienen una idea rara, brillante y un poco absurda, como sacada de un sueño que no entiendes del todo, pero que sabes que tiene algo importante. Me hizo pensar en la sensación de estar atrapado en algo que no se puede nombrar, como un bucle o una lógica sin salida. Lo leí con media sonrisa, pero también con un nudo en el estómago.

El 55, por su parte, es más directo. Tiene una idea clara, muy bien llevada, que se va desarrollando con un humor ácido. Me pareció inteligente, incluso divertido, dentro de lo inquietante. No pretende hacerte temblar, pero sí incomodarte un poco, y eso lo consigue muy bien.

Con el 56 volvemos a esa parte del libro que parece formar un universo más amplio. Aquí se nota más el gusto de Humanes por lo extraño, lo simbólico, lo ritual. Es un relato más visual, que parece formar parte de un cuadro mayor. Lo entendí mejor cuando pensé que no buscaba una respuesta, sino provocar una sensación.

Y el 68 fue el que más me tocó en lo emocional. Sigue siendo raro, oscuro, pero tiene un fondo triste que no esperaba. Aquí la rareza no está solo para provocar, sino para hablar de algo más íntimo, más humano. Es de los que te hacen frenar un momento, respirar hondo, y pensar.

En conjunto, Teoría del Gran Infierno me ha parecido una lectura poderosa y distinta. No es para todo el mundo —quien busque historias claras o lineales aquí no va a encontrarlas—, pero si te atrae lo extraño, lo perturbador y lo poético, es una pequeña joya. Es un libro que se puede leer en una tarde, pero que se digiere durante semanas.

La edición de Pez de Plata acompaña perfectamente el espíritu del libro. Es sobria, cuidada, con una portada sugerente que no necesita explicarse. El formato compacto y el diseño interior sencillo permiten que lo importante —la intensidad de cada texto— resalte sin distracciones. Se agradece además el tacto agradable del papel y la tipografía clara, que invitan a la lectura lenta, casi ceremonial. En un libro donde cada palabra pesa, se nota que la editorial ha respetado ese pulso sin sobrecargarlo con artificios. Es una edición que sabe estar al servicio del texto.

Iván Humanes no solo escribe con libertad, también con precisión. No hay una palabra que sobre. Su técnica se basa en confiar en el lector, en no explicarlo todo, en dejar espacio para que la lectura sea también experiencia. Y eso, en estos tiempos, ya es decir mucho.


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