El más allá ha sido, desde los orígenes de la literatura, un territorio propicio para la imaginación. Tradicionalmente ligado a concepciones religiosas —el infierno de Dante, el purgatorio de Calderón o el juicio final en la Biblia—, en la literatura moderna y contemporánea se ha desplazado hacia otros registros más simbólicos, filosóficos o introspectivos. El más allá ya no es un lugar de dogma, sino de posibilidad narrativa. En las ficciones no religiosas, la muerte y lo que hay más allá de ella se convierten en herramientas para explorar la memoria, el deseo, la culpa o la identidad. Los muertos hablan, recuerdan, se equivocan, siguen queriendo. Y desde ese limbo —literal o metafórico— nos ofrecen una nueva mirada sobre la vida.


Pedro Páramo: un pueblo de voces del más allá

Uno de los ejemplos más potentes en lengua española es Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo. La novela se sitúa en Comala, un pueblo aparentemente vacío, habitado por murmullos. Su protagonista, Juan Preciado, llega buscando a su padre, y encuentra un mundo de voces que pertenecen a los muertos. El más allá en Pedro Páramo no es ni cielo ni infierno: es un purgatorio sonoro y calcinado, donde las almas repiten sus culpas y anhelos sin descanso. En esta novela, Rulfo funde realismo y fantasía para hablar del peso del pasado, del fracaso colectivo de la Revolución Mexicana y del destino de los olvidados. El más allá no redime ni castiga, solo reproduce, en bucle, lo que fue la vida.

Lincoln en el Bardo: duelo, política y espiritualismo

Más de medio siglo después, George Saunders publicaría Lincoln in the Bardo (2017), una obra experimental y profundamente emocional. Ambientada durante la Guerra de Secesión, la novela imagina el duelo de Abraham Lincoln por su hijo Willie, recientemente fallecido. Pero el foco no está en los vivos, sino en los muertos. En un cementerio de Georgetown, las almas de los difuntos, aún reacias a aceptar su muerte, narran la historia a través de un coro de voces que recuerdan a las de Comala. Lo interesante es cómo Saunders mezcla lo metafísico y lo político: el más allá sirve tanto para representar el trauma de la pérdida como para subrayar el carácter inacabado de las grandes promesas de la historia.

Muertos que narran: entre la ironía y la melancolía

La elección de narradores muertos ha sido una estrategia literaria recurrente para ofrecer una perspectiva distinta sobre la vida. En La maravillosa vida breve de Óscar Wao (2007), de Junot Díaz, el narrador principal no es un muerto, pero sí lo es Belicia, cuya historia llega a nosotros como un testamento desde el dolor. Más directamente, en El curioso incidente del perro a medianoche (2003), aunque el narrador está vivo, el modo en que se construye la lógica del relato tiene ecos de un más allá emocional, donde la muerte (la del perro, la de la madre, la muerte simbólica del orden familiar) actúa como fuerza motriz.

Otra novela notable es La casa de los espíritus (1982), de Isabel Allende, donde los muertos conviven con los vivos, en una fusión de realismo mágico y simbolismo político. Clara, la vidente, anticipa lo que está más allá de la muerte, y los espíritus familiares acompañan el devenir de la historia de Chile. El más allá, en este caso, es memoria encarnada, archivo emocional, herencia.

Perspectivas laicas y filosóficas del más allá

En la narrativa no religiosa, el más allá a menudo se representa como una prolongación simbólica del alma humana. En lugar de paraísos o castigos eternos, encontramos espacios suspendidos, umbrales de transición, repeticiones obsesivas o incluso construcciones mentales de los personajes. En Los visitantes (2011), de Bernardo Esquinca, por ejemplo, se entrecruzan lo policiaco y lo fantástico, y el más allá se presenta como una zona liminar entre la percepción y la alucinación.

También en autores como David Mitchell (Cloud Atlas) o Ian McEwan (Amor perdurable), la muerte o su inminencia actúan como umbrales de autoconocimiento, sin necesidad de intervención divina. Lo que hay más allá no es un juicio externo, sino una toma de conciencia.

El más allá como construcción narrativa

La literatura contemporánea ha asumido que el más allá no es un destino, sino un recurso. Un modo de seguir hablando cuando ya no se puede, de contar desde la pérdida, desde el eco. En este sentido, el más allá no religioso se convierte en una poderosa metáfora: de la memoria que perdura, del trauma que no cesa, del amor que sobrevive. No es casual que muchas novelas donde hablan los muertos se centren en lo que quedó sin resolver: secretos familiares, relaciones truncadas, injusticias colectivas.

A veces, el más allá es simplemente una excusa para dar voz a los silenciados. Como si la muerte, en vez de clausura, fuese un permiso para hablar sin miedo.

Conclusión

El más allá en la narrativa no religiosa ha dejado de ser un lugar para convertirse en una experiencia. Ya no interesa tanto lo que sucede después de la muerte como lo que la muerte revela de la vida. De Pedro Páramo a Lincoln en el Bardo, pasando por fantasmas que narran o espíritus que insisten, la literatura ha encontrado en el más allá un espacio fértil para explorar lo invisible: la conciencia, el duelo, la historia, la imaginación. Sin dogmas, sin salvación, pero con una poderosa carga simbólica, estas obras nos recuerdan que a veces los muertos tienen más que decir que los vivos.


Descubre más desde El baúl de Xandris

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.