La enfermedad no es solo un diagnóstico, una dolencia o una etapa difícil: también puede ser una forma de mirar el mundo, de contar una historia, de habitar un cuerpo. En la literatura, el cuerpo enfermo ha sido muchas veces protagonista, ya sea para reflexionar sobre la fragilidad humana, denunciar estigmas o simplemente para dejar constancia del dolor vivido. En este artículo hacemos un recorrido por varias obras que colocan la enfermedad —física o mental— en el centro del relato, mostrando cómo se convierte en una poderosa herramienta narrativa.


La montaña mágica: cuando el tiempo se detiene

En La montaña mágica (1924), Thomas Mann nos lleva a un sanatorio suizo donde el joven Hans Castorp, que en principio iba solo de visita, acaba quedándose siete años. En ese lugar apartado del mundo, el tiempo parece detenerse y los enfermos —afectados por la tuberculosis— se entregan a largas conversaciones sobre la vida, la muerte, la política o el amor. Más que una novela sobre la enfermedad, es una novela que piensa desde la enfermedad: cuando el cuerpo se detiene, la mente se activa. Mann transforma el retiro forzado en una especie de laboratorio filosófico.

El mal de Portnoy: neurosis, deseo y confesión

Philip Roth opta por un enfoque más provocador y cómico en El mal de Portnoy (1969). La novela entera es una sesión de psicoanálisis: el protagonista le cuenta a su psiquiatra sus obsesiones sexuales, sus frustraciones y sus traumas familiares. Aquí la “enfermedad” no es física, sino psíquica: una mezcla de culpa, deseo y ansiedad que se vuelve ridícula y trágica al mismo tiempo. Roth logra que el lector se ría, pero también que reconozca las heridas invisibles de crecer bajo determinadas normas sociales y familiares.

La enfermedad como metáfora: desmontar los prejuicios

En 1978, Susan Sontag escribió un ensayo breve pero muy influyente: La enfermedad como metáfora. En él criticaba cómo ciertas enfermedades —como el cáncer o el sida— han sido utilizadas socialmente como símbolos de decadencia, castigo o debilidad moral. Para Sontag, esas metáforas solo estigmatizan a quienes ya están sufriendo. Su propuesta es clara: dejar de convertir la enfermedad en un relato moral y tratarla con el respeto y la lucidez que merece. Una obra imprescindible para repensar cómo hablamos (y escribimos) sobre el dolor.

Nada se opone a la noche: contar la locura desde el amor

La escritora francesa Delphine de Vigan se enfrenta a un reto difícil en Nada se opone a la noche (2011): contar la historia de su madre, que vivió con trastorno bipolar y terminó quitándose la vida. La novela es, a la vez, un retrato íntimo, una investigación familiar y una reflexión sobre cómo escribir sin traicionar. ¿Cómo narrar la enfermedad mental de alguien querido sin reducirla a una etiqueta? De Vigan logra un equilibrio delicado entre verdad, emoción y distancia, y el resultado es un libro conmovedor y valiente.

Clavícula: escribir desde el dolor

En Clavícula (2017), Marta Sanz parte de un dolor físico —una molestia persistente en el esternón— para construir un relato fragmentario, lleno de preguntas, angustias y observaciones cotidianas. A través de ese malestar, la autora nos habla del miedo a la enfermedad, de la precariedad laboral, de las cargas invisibles que muchas mujeres soportan. Es un libro profundamente personal, pero también político: porque cuando el cuerpo se rompe, también se agrieta la forma en que habitamos el mundo. Y escribir, en ese contexto, se vuelve un acto de resistencia.

Cuerpos que cuentan, relatos que duelen

Estas obras, tan distintas entre sí, tienen algo en común: usan la enfermedad no solo como tema, sino como una forma de narrar. Nos invitan a escuchar lo que los cuerpos dicen cuando ya no pueden más, a mirar el dolor sin maquillarlo, a pensar lo que significa estar enfermo en un mundo que exige productividad, belleza y normalidad. En sus páginas no hay héroes ni curaciones milagrosas, pero sí una verdad honda: que incluso desde el sufrimiento, o quizás precisamente desde él, se puede escribir con una fuerza distinta. Una fuerza que duele, sí, pero que también ilumina.


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