Pocas decisiones son tan determinantes —y tan subestimadas— como la de poner título a una novela. En una o dos palabras, el autor debe condensar el tono, la atmósfera o incluso el corazón temático de su obra. Pero titular no es simplemente nombrar. Es sugerir, atraer, prometer. Un título puede ser poético, misterioso, explícito o hasta engañoso, pero siempre es un umbral. En este artículo exploraremos cómo se titulan las novelas, por qué algunos títulos funcionan mejor que otros y cómo la historia editorial está repleta de giros y cambios curiosos en esta materia.


¿Qué hace que un título funcione?

Un buen título no necesita explicar toda la obra, pero sí debe resonar con ella. Puede lograrlo de diversas formas:

  • Por evocación emocional: Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind) o Cien años de soledad despiertan un imaginario poderoso sin explicar el argumento.
  • Por intriga: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? plantea una pregunta desconcertante que abre puertas filosóficas.
  • Por simbolismo: La campana de cristal, El corazón de las tinieblas o La insoportable levedad del ser no son descripciones, sino claves interpretativas.
  • Por sencillez lapidaria: Emma, Beloved, Pedro Páramo, Seda. Nombres o conceptos que adquieren peso por acumulación de sentido dentro del texto.

Hay títulos que logran ser inolvidables simplemente por cómo suenan, como El gran Gatsby, Crónica de una muerte anunciada o El guardián entre el centeno. En ocasiones, lo que engancha no es el contenido, sino el ritmo o la musicalidad.

Cuando el título no fue el primero

Muchos clásicos de la literatura no nacieron con el título que hoy conocemos. Las editoriales —y a veces los propios autores— han dudado, experimentado o simplemente cedido ante decisiones comerciales. Algunos ejemplos curiosos:

  • F. Scott Fitzgerald quiso titular su novela Trimalción, en alusión a un personaje de El Satiricón de Petronio, símbolo de la vulgaridad y el exceso. Pero el título parecía demasiado erudito. Tras barajar opciones como Bajo la luz roja, blanca y azul o El alto-borrador, finalmente optó por El gran Gatsby, que no entusiasmaba al autor… pero se convirtió en una marca eterna.
  • George Orwell tituló inicialmente su distopía como El último hombre en Europa, pero su editor, pensando en el impacto comercial, sugirió un título más directo y provocador: 1984.
  • Jane Austen escribió Primeras impresiones, que luego se convirtió en Orgullo y prejuicio, título mucho más resonante y dual, donde cada palabra juega con el carácter de los protagonistas.
  • Gabriel García Márquez pensaba titular su novela La casa, pero la historia creció y cambió de dimensión. El título final, Cien años de soledad, surgió casi como un susurro inevitable, cargado de resonancia épica y existencial.

Títulos que cambian con la traducción

La traducción de un título es un arte aparte. A veces se conserva literalmente, pero otras se modifica para adaptarse al mercado o la sensibilidad cultural:

  • Catch-22 de Joseph Heller fue traducido al español como Trampa 22, pero en francés se tituló Le Défi (El desafío), perdiendo el número que se ha vuelto icónico.
  • The Remains of the Day se traduce en español como Lo que queda del día, muy fiel al original, pero en algunas ediciones latinoamericanas también ha circulado como Los restos del día, más crudo y menos evocador.
  • Of Mice and Men, de Steinbeck, se convirtió en De ratones y hombres, lo que mantiene el espíritu lírico de la cita de Burns en que se basa.

Otros casos, sin embargo, son más drásticos. La novela Northern Lights de Philip Pullman fue publicada en EE. UU. como The Golden Compass, pese a que el «compás» dorado no es una brújula ni el eje central del primer volumen. El cambio respondió a una estrategia comercial para atraer al público de fantasía juvenil.

¿Y si el título fuera otro?

Podemos jugar con la ucronía literaria: ¿habría tenido el mismo destino comercial Matar a un ruiseñor si se llamara Atticus Finch? ¿Y Rayuela si se titulara El libro de los caminos? ¿Rebeca, si se llamara La segunda señora de Winter?

El título no lo es todo, pero muchas veces es la primera —y a veces única— oportunidad que tiene una obra de ser recordada o descubierta.

Consejos para escritores: ¿cómo encontrar el título perfecto?

Para quienes escriben ficción, titular puede ser una de las decisiones más difíciles (y postergadas). Aquí van algunas claves que pueden ayudarte:

  1. No busques el título al principio. Escribir con un título provisional es válido, pero muchas veces el título definitivo aparece al terminar la novela, cuando entiendes realmente de qué trata en el fondo.
  2. Busca palabras clave en tu texto. Relee con atención: una frase, una imagen recurrente o incluso una contradicción pueden dar lugar al título ideal.
  3. Juega con el contraste. A veces un título funciona porque crea una tensión con el contenido: American Psycho, Pequeñas cosas como esas, El dios de las pequeñas cosas.
  4. Evita lo genérico. Frases como El secreto de…, El jardín de…, Sombras del… abundan. Si vas a usar fórmulas conocidas, asegúrate de que tengan un giro inesperado o una fuerza literaria propia.
  5. Di en voz alta el título. Si suena bien, es más memorable. Si cuesta pronunciarlo o resulta largo y plano, puede que no funcione.
  6. Piensa en cómo se verá en una portada. Visualiza el título en una cubierta. ¿Tiene impacto visual? ¿Sugiere un género? ¿Intriga?
  7. No temas cambiarlo en el último momento. Muchos títulos geniales nacen justo antes de ir a imprenta. No te cases con uno demasiado pronto.

Conclusión: el título como promesa

Titular es hacer una promesa. Y como toda promesa literaria, debe ser tan enigmática como significativa. Los autores que saben titular despiertan una expectativa sin desvelar el misterio. Por eso, detrás de cada gran título hay una historia de decisiones, dudas y revelaciones. Y quizá también una pequeña traición: al texto, al mercado o a uno mismo.

Lo importante es que funcione. Que el lector lo vea en la estantería y sienta esa sacudida íntima que le dice: “esto puede ser para mí”.


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