Editorial Candaya | Premio Ramiro Pinilla 2024 | 128 páginas

Hay libros breves que se sienten como un largo eco. El órgano, de Diego Sánchez Aguilar, es uno de esos títulos que no se agotan en la lectura, sino que siguen vibrando después, como una melodía lejana que no terminamos de comprender del todo. Una novela corta, sí, pero también una experiencia perturbadora que mezcla lo simbólico, lo mítico, lo político y lo sensorial con una fuerza inusual.


Una historia que comienza con fuego

La trama se sitúa en un pueblo montañoso donde un funcionario llega para investigar dos sucesos recientes: el incendio de la iglesia y la extraña muerte del organista. Podría parecer el arranque de una historia policial o de suspense rural, pero El órgano se aleja pronto del género para adentrarse en un terreno más inquietante: el del misterio que no busca resolverse, sino desvelar algo más profundo.

A través de múltiples voces —vecinos, informes, recuerdos, confesiones— se va recomponiendo la figura enigmática del organista: un veterano de guerra que vive solo, obsesionado con una música que parece venir de otro mundo. Su búsqueda artística es también una forma de locura, una entrega total a algo que excede lo humano. Y eso es parte del magnetismo del libro: no sabemos si lo que perseguía era belleza o destrucción.

Una novela coral en segunda persona: una voz que interroga

Uno de los mayores aciertos técnicos de El órgano es su forma. La novela está escrita en segunda persona, una elección poco habitual y muy arriesgada, pero que aquí funciona de manera brillante. Ese «tú» interpela, acorrala, crea una sensación constante de desasosiego. Los narradores se dirigen al investigador, que no dice nada pero también se dirige al lector. Esa ambigüedad es uno de los motores del texto.

Además, la novela es claramente coral. No hay un único punto de vista, sino una polifonía de voces que van completando, distorsionando y reinterpretando los hechos. El lector se convierte casi en un juez, o en un cómplice involuntario, frente a una comunidad que calla más de lo que dice. La estructura fragmentada, sin un narrador central, refuerza esa sensación de puzzle incompleto, de verdad esquiva.

Esta combinación —segunda persona y narración coral— crea un efecto hipnótico. Uno no lee El órgano como una novela convencional, sino como si escuchara una confesión colectiva a media voz. Y ese murmullo se queda contigo mucho después de cerrar el libro.

Las tres hermanas: montañas como destino

Uno de los símbolos más potentes del libro son Las Tres Hermanas, un trío de montañas que se erige sobre el pueblo como una presencia inmutable, casi divina. No son personajes humanos, pero su peso narrativo es tal que adquieren voz, ritmo, poder de observación. Como si fueran una forma mineral del mito.

La alusión a las parcas de la mitología clásica —Cloto, Láquesis y Átropos— resulta inevitable: entidades que tejen, miden y cortan el hilo de la vida. Aquí, no hay hilo, pero sí altura, sombra y vigilancia. Las montañas no actúan, pero están. No intervienen, pero lo saben todo. Representan un tipo de fatalidad callada, ancestral, que pesa sobre el pueblo como un destino geológico.

Que estas montañas formen parte del protagonismo, como un coro griego, de la novela —por lo que callan, por lo que cubren, por lo que contienen— convierte al paisaje en parte activa de la trama. No hay consuelo ni belleza bucólica: hay una naturaleza antigua, indiferente y, en cierto modo, vengativa.

El arte, la culpa, el silencio

El órgano es también una meditación sobre el arte y sus límites. ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar por alcanzar lo sublime? ¿Dónde se cruza la frontera entre inspiración y delirio? El protagonista parece empujado por una pulsión estética que roza lo religioso, pero también lo demoníaco. Y, a su alrededor, el pueblo calla. Calla por miedo, por vergüenza o por costumbre. Ese silencio colectivo —tan español, tan reconocible— es otro de los núcleos de la novela.

Sin necesidad de alzar la voz, Sánchez Aguilar plantea preguntas incómodas. ¿Qué se tapa con la belleza? ¿Qué secretos esconde una comunidad cuando decide mirar hacia otro lado? La novela no da respuestas, pero las deja temblando en el aire.

Una lectura que no se olvida

Si buscas una novela breve que se lea en una tarde pero se quede en la memoria durante semanas, El órgano es una opción excelente. Es exigente, sí, pero también hipnótica. Tiene algo de tragedia griega, algo de cuento gótico, algo de thriller, algo de fábula. Y todo eso cabe en menos de 130 páginas.

Para mí, ha sido una de esas lecturas que te remueven sin estridencias. Que no necesitan explicar todo porque confían en el lector. Que construyen un mundo extraño y creíble a la vez. Que hablan de música y de fuego, de guerra y de belleza, de lo que callamos y de lo que nos consume.


¿Lo recomiendo?

Sí, especialmente si te interesan las novelas que huyen del realismo plano y se atreven a explorar lo simbólico, lo colectivo y lo irracional. Si te gustan los experimentos narrativos, la literatura que juega con la forma, o autores como Juan Rulfo, Mariana Enriquez o Faulkner, probablemente El órgano te toque una fibra especial.


¿Has leído ya El órgano o a Diego Sánchez Aguilar? ¿Te atraen las novelas que dialogan con el mito, con el paisaje, con la culpa? Te leo en los comentarios.


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