Hay libros que te atrapan por el ritmo, otros por el ambiente, y algunos —los menos— por la sensación de que, detrás del misterio, se esconde algo más profundo. El misterio de Hannah Larson, la nueva novela de Alexandre Escrivà, logra combinar esas tres virtudes con una pericia que sorprende para un autor tan joven. Estamos ante un thriller literario, sí, pero también ante una reflexión soterrada sobre el poder, la memoria y los mecanismos del silencio.
Una historia que comienza con un disparo
La premisa es fulminante: Patrick Howard, periodista estrella de la televisión norteamericana especializado en true crime, se suicida en directo, delante de millones de espectadores. Un gesto extremo que deja una estela de desconcierto… y preguntas. ¿Qué lo llevó a hacerlo? ¿Qué estaba investigando con tanto ahínco? ¿Quién era Hannah Larson?
La respuesta parece estar en un manuscrito inacabado que Howard estaba escribiendo —o quizás ocultando—, sobre un caso olvidado: el asesinato de Hannah Larson en 1993, una joven de diecisiete años hallada muerta cerca del Hudson. Un juicio precipitado, un veredicto dudoso, un silencio demasiado cómodo para muchos.
A partir de ahí entra en juego la inspectora Alison Hess, una joven con inseguridades y cicatrices, que se ve arrastrada a reconstruir el puzzle que Howard dejó atrás. Lo interesante aquí no es solo la investigación, sino la estructura: Escrivà nos propone una historia en forma de muñecas rusas, con varias capas que se abren y cierran a medida que la trama avanza. Las voces narrativas se alternan entre la propia Hess, fragmentos del manuscrito perdido, memorias de Howard y las notas terapéuticas de la inspectora. Todo ello se entrelaza con habilidad, sin perder nunca el pulso narrativo.
¿Dicker en Nueva York?
Es difícil no pensar en Joël Dicker al leer esta novela. Hay paralelismos evidentes: el crimen del pasado, el manuscrito clave, los saltos temporales que permiten reconstruir una verdad enterrada. Como en La verdad sobre el caso Harry Quebert, el lector va descubriendo las piezas poco a poco, mientras el narrador le va tendiendo trampas y giros.
Pero Escrivà no se queda en el homenaje. Su estilo es más contenido, menos barroco. Dicker a menudo se recrea en el artificio metaliterario; Escrivà, en cambio, apuesta por la emoción contenida, por una atmósfera tensa pero sobria, donde cada giro tiene una razón narrativa, no solo el deseo de deslumbrar.
Y hay otra diferencia fundamental: El misterio de Hannah Larson está cargado de una crítica social que no busca aleccionar, pero que atraviesa la historia con firmeza. El libro lanza preguntas incómodas sobre los vínculos entre prensa, poder político, justicia y espectáculo. ¿Cuánto se tapa en nombre de la reputación? ¿Cuántos crímenes quedan sin resolver por conveniencia de los poderosos?
Una inspectora de carne y hueso
Uno de los grandes aciertos de la novela es su protagonista: Alison Hess. No es la típica detective infalible ni el clásico arquetipo del género. Es joven, novata, con dudas, con miedo a no estar a la altura. Sus reflexiones íntimas (presentadas en forma de notas terapéuticas) la convierten en un personaje muy humano. Esa dimensión emocional añade una capa extra a la novela: no solo se investiga un crimen, también se acompaña a alguien en su proceso de reconstrucción personal.
Frente a ella, Patrick Howard, aunque muerto desde el principio, se convierte en una presencia constante. Lo conocemos a través de sus grabaciones, notas y manuscritos. Es una figura compleja, carismática y atormentada, cuyas obsesiones desencadenan el misterio. La relación entre ambos —aunque nunca coinciden en vida— se convierte en un duelo en diferido, una especie de colaboración fantasmal que sostiene el eje narrativo.
Muñecas rusas, crítica y ritmo
La estructura de la novela es otro de sus grandes méritos. Está dividida en capas perfectamente engarzadas:
- La investigación de Hess.
- El manuscrito de Howard.
- Los hechos ocurridos en 1993.
- La dimensión íntima y terapéutica de los personajes.
A pesar de esta complejidad, la novela fluye con sorprendente agilidad. No hay páginas de relleno ni escenas gratuitas. Cada capítulo avanza la trama, revela un detalle o nos muestra un pliegue nuevo del pasado. El ritmo es constante, con pausas justas para respirar y reflexionar.
A este control narrativo se le suma un estilo sobrio y eficaz. Escrivà no necesita adornos para crear atmósferas densas. Sus descripciones son precisas, los diálogos naturales, y la tensión dramática está siempre presente, incluso en escenas aparentemente anodinas. La comparación con autores como Tana French o Gillian Flynn no es exagerada: hay una sensibilidad literaria que se cuela por debajo del género.
Lo que permanece cuando se cierra el libro
Lo más perturbador —y a la vez, lo más logrado— es que El misterio de Hannah Larson no se cierra con una solución moralista. Sí, se resuelve el crimen, pero lo que queda en el lector es una inquietud más profunda: la sensación de que la verdad, a veces, no basta. Que hay heridas que no cierran y silencios que pesan más que las palabras.
El libro termina con un sabor agridulce, con la idea de que conocer la verdad no es sinónimo de justicia. Y eso, en tiempos de noticias rápidas y juicios mediáticos, lo convierte en una obra particularmente oportuna.
Valoración final
¿Recomendaría este libro?
Sí, y sin dudarlo. A quienes busquen un thriller con alma, con capas narrativas complejas pero claras, con personajes que respiran y sienten. A quienes disfrutaron con Dicker, pero desean algo menos efectista y más hondo. A quienes creen que el misterio no termina cuando se cierra el caso, sino cuando entendemos todo lo que ese silencio significaba.
Alexandre Escrivà ha firmado una novela madura, ambiciosa y emocional. Si El último caso de William Parker fue su presentación, El misterio de Hannah Larson lo consolida como una de las voces más prometedoras del thriller contemporáneo en español.
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