Desde su primera aparición en 1957, El Eternauta, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, se convirtió en una obra fundacional de la historieta argentina y del cómic latinoamericano. Su influencia atraviesa generaciones, y su lectura sigue siendo hoy una experiencia intensa y política. En 2024, la historia renació para nuevas audiencias con una ambiciosa adaptación en forma de serie de televisión producida por Netflix. Pero, ¿qué se gana y qué se pierde en el salto del papel a la pantalla?

En este artículo comparo la novela gráfica original con su adaptación audiovisual, explorando las diferencias de tono, narrativa, estilo visual y, sobre todo, la carga simbólica que ambas versiones sostienen (o resignifican).


La novela gráfica: una resistencia en viñetas

Publicado inicialmente en la revista Hora Cero Semanal, El Eternauta es una obra pionera tanto por su enfoque como por su trasfondo político. En ella, Oesterheld imagina una invasión extraterrestre que comienza con una nevada mortal que asola Buenos Aires. El relato es una crónica de supervivencia narrada por Juan Salvo, un hombre común que se transforma en héroe colectivo.

La fuerza de la obra reside no solo en su tensión narrativa, sino en su metáfora social: la resistencia frente a un enemigo difuso y omnipresente. Oesterheld, que desaparecería en 1977 a manos de la dictadura argentina, convirtió a El Eternauta en una denuncia velada de la opresión, el autoritarismo y la violencia del poder.

El estilo de Solano López aporta una atmósfera oscura, cargada de detalles urbanos reconocibles, enmarcando la ciencia ficción en la cotidianeidad porteña. No hay ciudades lejanas ni héroes estadounidenses: hay techos de chapa, mates compartidos, familias de clase media que se organizan para sobrevivir.

La serie: una adaptación para el siglo XXI

La serie de El Eternauta, estrenada en 2024 con dirección de Bruno Stagnaro y protagonismo de Ricardo Darín, busca llevar el espíritu de la historieta al lenguaje audiovisual contemporáneo. Con una estética cuidada, efectos visuales sofisticados y un fuerte componente emocional, la serie actualiza los dilemas del original para un público global.

Una de las principales diferencias es el enfoque más intimista y personal: la serie da mayor profundidad psicológica a los personajes y amplía las subtramas familiares, particularmente la relación entre Juan Salvo y su hija. Esto funciona como ancla emocional, aunque en ocasiones diluye el tono coral y colectivo que tan eficazmente transmitía la novela gráfica.

La Buenos Aires apocalíptica de la serie es reconocible, pero también más estilizada. El lenguaje visual es potente, pero hay una tensión constante entre fidelidad estética y espectacularidad narrativa. Lo que en la historieta era una tensión silenciosa y angustiante, aquí a veces se convierte en acción trepidante.

Fidelidad y traición: lo que cambia y lo que permanece

Pese a sus diferencias, la serie mantiene muchos elementos esenciales del cómic original: la nevada como símbolo de muerte, el papel del tiempo como cárcel (la eternidad del protagonista), y la denuncia de lo invisible: un poder que oprime sin rostro claro. Sin embargo, también introduce cambios importantes:

  • Contexto político: La novela gráfica, en clave histórica, es una crítica a las formas del totalitarismo y al papel del pueblo como sujeto de resistencia. La serie, más ambigua, opta por una crítica más universal a los mecanismos de control y vigilancia. Pierde algo del punto de vista militante del original.
  • Narrador: En la historieta, Oesterheld se incluye a sí mismo como interlocutor de Salvo, rompiendo la cuarta pared y creando una extraña forma de metarrelato. La serie evita esa estructura, y aunque hay guiños a la idea del «testimonio», opta por una narración más convencional.
  • Estética del horror: La historieta se apoya en lo que no se muestra: el silencio, la nieve que cae, la ciudad vacía. La serie, por su parte, tiende a explicitar lo monstruoso: los Ellos, los cascarudos, los manos. Esto puede perder parte del misterio original, aunque resulta impactante visualmente.

¿Cuál es el verdadero Eternauta?

Ambas versiones son, en cierto modo, hijas de su tiempo. el cómic es un artefacto de resistencia, una metáfora del horror político escrita desde la clandestinidad. La serie, aunque poderosa en lo visual y con buenas actuaciones, está inevitablemente atravesada por el lenguaje de las plataformas y sus exigencias narrativas: ritmo ágil, giros emocionales, finales de episodio con cliffhangers.

Pero si algo permanece, es el mensaje esencial: el verdadero héroe es colectivo. Juan Salvo no sobrevive por ser un elegido, sino porque se organiza con otros, comparte, escucha, actúa. Esa idea, profundamente política, sigue resonando en tiempos donde el individualismo reina.

Conclusión

El Eternauta, tanto en viñetas como en pantalla, sigue hablándonos de lo que somos cuando todo se derrumba. La novela gráfica original es insustituible por su contexto, su carga simbólica y su maestría narrativa. La serie, por su parte, es una digna reinterpretación que abre la puerta a nuevos lectores/espectadores. Idealmente, una lleva a la otra: ver la serie y luego leer la historieta (o viceversa), justo lo que a mí me ha pasado, es un viaje revelador que conecta dos épocas distintas bajo una misma nevada implacable.


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