En Ama de casa, María Roig nos ofrece una novela breve emotiva y sugerente, contada desde la voz limpia, directa y llena de matices de una niña nacida en los años noventa. A través de sus ojos, asistimos al retrato de una infancia marcada por la precariedad, el desamor y una constante búsqueda de identidad. Esta perspectiva infantil, sostenida durante todo el relato, permite a la autora adentrarse en temas complejos —la maternidad, la fe, la pertenencia, la clase social— sin perder nunca la delicadeza ni la autenticidad.
La protagonista, una niña que escucha a La Oreja de Van Gogh, se prepara para su Primera Comunión en pleno 2005, mientras su barrio, el Carmel de Barcelona, se ve afectado por un socavón real —el colapso de una obra del metro— que sirve de metáfora potente para el derrumbe emocional y social que atraviesan los personajes. Este episodio urbano, que muchos recordarán por su repercusión mediática, aporta un trasfondo político y social al relato, mostrando las consecuencias de la negligencia institucional sobre las clases populares.
Una de las decisiones más singulares de la novela es que los personajes no tienen nombre, salvo el señor Virgilio y la señora Pepita; ni la protagonista, ni la madre, ni los familiares o vecinos. Esta elección refuerza la dimensión universal del relato: lo que se cuenta no es solo la historia de una niña concreta, sino la experiencia compartida por muchas infancias marcadas por la incertidumbre, la falta de afecto y las expectativas sociales que pesan sobre las mujeres y las familias humildes.
Uno de los aspectos más conmovedores del libro es la relación de la niña con su madre, una ama de casa atrapada en la rutina, símbolo de muchas mujeres cuya vida quedó limitada por las exigencias del cuidado y el silencio. La narradora, aún sin comprender del todo lo que observa, capta con una sensibilidad brutal el cansancio y la resignación materna. La dedicatoria del libro —a la madre de la autora— ya marca el tono íntimo de la obra, que en más de un momento logra emocionar al lector con una sola frase cargada de ternura o desesperanza.
Roig emplea un lenguaje poético, muy visual, estético, que sin embargo no renuncia a la crudeza ni a lo concreto. Las marcas, expresiones y referencias culturales (música, televisión, moda) anclan perfectamente la historia en una época reciente, creando un puente de reconocimiento para quienes crecieron en los años 90 y principios de los 2000. La religión —vivida por la protagonista con fervor y culpa, aunque la autora sea atea— aparece como una estructura rígida que imprime una moral en conflicto con los deseos íntimos, un conflicto que marca profundamente su forma de ver el mundo.
La novela también explora la tensión entre el mundo interior y el exterior. La protagonista vive atrapada entre lo que desea ser y lo que es, entre lo que espera de la vida y lo que la vida le ofrece. Esa incapacidad para «decantarse», como ella misma dice, se convierte en el motor de su escritura, en una forma de resistir, de dar sentido al caos que la rodea.
Si bien en algunos momentos la estructura temporal puede resultar algo confusa, Ama de casa brilla por su intensidad emocional, su capacidad de evocación y su originalísima voz narrativa. Es uno de esos libros que se leen de una sentada pero se quedan contigo mucho más tiempo.
Una joya breve, honesta y luminosa, perfecta para quienes buscan una lectura íntima, con conciencia social y sensibilidad literaria. Una carta de amor y de duelo hacia la infancia, hacia las madres, hacia la memoria. Y una historia sin nombres, porque podría ser la de cualquiera.
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