La literatura ha retratado la infancia de múltiples formas: como espacio de inocencia, descubrimiento y crecimiento, pero también como escenario de pérdida, trauma y silencios. En el corazón de muchas narraciones late una pregunta dolorosa: ¿qué ocurre cuando a un niño o niña se le arrebata el derecho a serlo?
La infancia robada no es solo un tópico literario, sino un espejo de la historia. Guerras, dictaduras, pobreza, violencia doméstica o sistemas sociales injustos han obligado a los más pequeños a madurar a golpes, a sobrevivir en lugar de jugar, a guardar secretos en vez de sueños.
Infancias entre ruinas
La guerra, con su violencia y desarraigo, ha sido uno de los grandes escenarios de esta infancia truncada. En El chico del pijama de rayas de John Boyne, la mirada ingenua del joven Bruno contrasta con el horror del Holocausto. La amistad con Shmuel, el niño del otro lado de la alambrada, no solo simboliza una conexión humana imposible, sino también la incomprensión infantil ante la brutal lógica adulta.
En España, Los girasoles ciegos de Alberto Méndez recoge, a través de relatos entrelazados, los efectos devastadores de la Guerra Civil sobre los más vulnerables. Especialmente conmovedor es el relato que da título al libro, donde un niño vive escondido con su madre en un piso, mientras afuera se respira el miedo, la represión y la delación.
“Uno se acostumbra a no tener infancia cuando nadie parece notarla.”
— Los girasoles ciegos, Alberto Méndez
Otra obra imprescindible es Pa negre de Emili Teixidor, ambientada en la posguerra rural catalana. A través de los ojos del joven Andreu, se construye una imagen de infancia marcada por la sospecha, la traición y la represión política.
«Pensé que si cerraba los ojos lo suficiente, el mundo desaparecería. Pero el mundo seguía allí, esperándome con los ojos abiertos.»
— Pa negre, Emili Teixidor
Y no se puede olvidar La lengua de las mariposas de Manuel Rivas, un relato breve y poderoso donde la relación entre un niño y su maestro se ve brutalmente interrumpida por el inicio de la represión franquista.
“En tiempos difíciles, hasta el silencio de los niños pesa como plomo.”
— La lengua de las mariposas, Manuel Rivas
Infancias silenciadas
A veces la infancia es robada no por la guerra, sino por el entorno inmediato. Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero, es una colección de cuentos donde las niñas —porque casi siempre son niñas— viven en constante tensión doméstica, víctimas de abusos, secretos y violencias que las convierten en supervivientes demasiado pronto.
“Los niños no son tontos. Solo son inocentes. Y eso es más peligroso.”
— Pelea de gallos, María Fernanda Ampuero
En la misma línea, Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea de Annabel Pitcher narra cómo un atentado terrorista destruye una familia y arrastra a los niños al mutismo emocional, a una orfandad simbólica que nadie sabe cómo nombrar.
“No entiendo por qué a los adultos les cuesta tanto decir la verdad.”
— Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea, Annabel Pitcher
El abuso psicológico, la desatención o la violencia estructural también aparecen de manera más alegórica en novelas como Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro, donde los niños internados en un misterioso colegio parecen vivir una infancia normal, hasta que descubren que su destino ha sido escrito desde el principio.
Infancias escritas por adultos que recuerdan
Muchos autores han recuperado sus propias vivencias o las de su generación para reconstruir esa infancia robada. Un ejemplo emblemático es El tambor de hojalata de Günter Grass, donde el protagonista, Oskar, decide dejar de crecer a los tres años como protesta ante la hipocresía de los adultos y el ascenso del nazismo.
“Me llamo Oskar Matzerath y he decidido no crecer más.”
— El tambor de hojalata, Günter Grass
Incluso en novelas no centradas del todo en la infancia, como Los renglones torcidos de Dios de Torcuato Luca de Tena, encontramos personajes cuyas heridas provienen de infancias marcadas por el abandono, el desprecio o la falta de comprensión. En ellos se vislumbra lo que sucede cuando los traumas no se atienden a tiempo y se convierten en sombras permanentes.
Otras novelas como Budapest de Chico Buarque exploran infancias y adolescencias marcadas por la incomunicación, el exilio emocional y el desarraigo de forma más simbólica, pero igualmente potente.
¿Por qué leer estas historias?
Porque nos devuelven una verdad incómoda: que la infancia no es un refugio garantizado. Leer estas obras nos permite acercarnos a la fragilidad de esa etapa que se da por sentada y, al mismo tiempo, rendir homenaje a quienes sobrevivieron sin haber tenido la oportunidad de ser niños.
Estas novelas no buscan solo conmover: interpelan. Nos obligan a pensar en los sistemas que permiten esas infancias rotas, en los silencios sociales que las perpetúan, y en la capacidad de la literatura para dar voz a quienes no pudieron hablar.
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