Hay libros que se leen con la cabeza, otros con el estómago. Nuestra propia sangre, de Mariano Sánchez Soler, se lee con ambos. Es una novela dura, incómoda, pero necesaria. Una de esas historias que no se olvidan fácilmente porque escarban en el terreno más pantanoso de la realidad: la violencia que se gesta dentro de las familias, la que no sale en los titulares a menos que acabe en tragedia.
Publicado en 2009 por la editorial Rey Lear y ganador del XII Premio Francisco García Pavón de Narrativa Policíaca, este libro no es una novela negra convencional. No hay un detective carismático, ni giros espectaculares. Aquí, desde el principio, sabemos quién mató a quién: una mujer y sus hijos asesinan al padre. Lo que importa no es el “quién”, sino el “por qué” y, sobre todo, el “cómo”.
La historia está inspirada en un hecho real pero lo que hace Sánchez Soler es mucho más que transcribir un crimen. A través de los testimonios de los implicados —la madre, los hijos, algún vecino, incluso un periodista que actúa como mediador narrativo—, el autor construye una narración polifónica, cruda y desgarradora, que va revelando la historia de una familia atrapada en un ciclo de maltrato, miedo y resentimiento. El padre, un hombre rudo, iletrado, pero económicamente exitoso, ejerce una autoridad tiránica sobre su esposa e hijos, hasta que la tensión acumulada estalla en forma de crimen.
Lo que más me impactó al leerla fue que, pese a saber desde el inicio qué ha ocurrido, la tensión narrativa no decae. Cada voz aporta una capa de complejidad, y como lectora me vi obligado a revisar mis propios juicios. ¿Es legítimo el acto? ¿Es autodefensa diferida? ¿Es venganza? ¿Es liberación? Sánchez Soler no moraliza, no ofrece respuestas fáciles. En cambio, deja que el lector saque sus propias conclusiones y eso, en una época saturada de discursos simplistas, se agradece profundamente.
Narrativamente, la novela es muy eficaz. El lenguaje es directo, sin ornamentos, pero nunca plano. Cada voz está bien definida, lo que contribuye a que la historia avance con ritmo sin perder profundidad. Y aunque la violencia está muy presente, no es gratuita ni busca el impacto superficial: está tratada con respeto, desde una mirada crítica pero comprensiva con las víctimas.
Una de las cosas que más me impresionó es cómo el autor logra que el lector entre en esa casa, que escuche las discusiones, que sienta la presión ambiental, que intuya ese miedo sordo que va calando y deformando los vínculos familiares. Al final, uno no lee sobre un crimen; lo vive, lo padece, lo entiende aunque no lo justifique. Y eso es literatura en estado puro.
Nuestra propia sangre es una novela breve, pero su impacto es largo. Habla del silencio que cubre tantas violencias domésticas, del poder destructivo del patriarcado en su forma más cotidiana, de cómo el miedo puede durar generaciones. Es, en cierto sentido, una historia de liberación, aunque a un precio altísimo.
Si buscas una lectura fácil o evasiva, este no es tu libro. Pero si te interesa una novela que te remueva por dentro, que te obligue a mirar de frente lo que muchas veces preferimos ignorar, Nuestra propia sangre te espera con su voz coral, su verdad incómoda y su compromiso ético con la literatura.
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