Desde tiempos inmemoriales, la literatura ha poblado sus páginas con monstruos. Algunos tienen colmillos, escamas o garras. Otros parecen humanos, pero ocultan una amenaza bajo su piel. Y en todos ellos, la misma constante: no son simplemente criaturas fantásticas, sino reflejos deformados de nuestros miedos más íntimos y colectivos. A través de los monstruos, la literatura pone rostro a lo que no sabemos nombrar.


La figura del monstruo ha sido testigo de los cambios sociales, tecnológicos y culturales. Lo que en un primer momento pudo ser un simple terror a lo desconocido, se ha convertido en una herramienta literaria que nos obliga a confrontar aspectos profundamente humanos: la moral, la identidad, la alienación, el control y la muerte. Los monstruos, en sus múltiples formas, no solo asustan. Nos interrogan.

El monstruo de Frankenstein: la ciencia sin alma

La historia de Frankenstein, escrita por Mary Shelley, no es solo la creación de una criatura hecha de restos humanos, sino una reflexión sobre la arrogancia científica. Victor Frankenstein no solo crea vida, sino que la manipula, dando lugar a una monstruosidad que se rebela contra su creador. A través de su novela, Shelley presenta una inquietante advertencia sobre los límites de la ciencia y la ética. La criatura de Frankenstein no es simplemente un monstruo por su apariencia, sino un símbolo de la irresponsabilidad humana. La ciencia, despojada de moralidad y empatía, da lugar a lo impredecible y lo terrible.

Es fascinante cómo, dos siglos después, seguimos enfrentándonos a dilemas éticos que Shelley ya anticipó: ¿hasta dónde puede llegar la ciencia sin perder su humanidad? Las mismas preguntas surgen en la biotecnología, la inteligencia artificial y la manipulación genética. Frankenstein sigue siendo una referencia atemporal.

Mr. Hyde: el doble y la hipocresía victoriana

En El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson, el monstruo no es una criatura externa, sino una manifestación de los deseos reprimidos que habitan en el interior de la persona. Jekyll, un respetable científico, crea a Hyde para liberar su lado oscuro, pero lo que no sabe es que su otro yo se convertirá en una amenaza incontrolable. La novela examina la dualidad de la naturaleza humana y, sobre todo, la hipocresía de una sociedad victoriana que predicaba la virtud mientras ocultaba sus vicios. El monstruo es una representación de lo reprimido, de lo que la sociedad no puede aceptar pero que, inevitablemente, sale a la luz.

Stevenson nos recuerda que la verdadera monstruosidad no se encuentra en lo visible, sino en lo invisible: lo que cada uno guarda en lo más profundo de su ser y en las convenciones sociales que intentan controlarlo. Mr. Hyde sigue siendo una figura aterradora porque no pertenece a un ser alienígena, sino a nosotros mismos.

Gregor Samsa: la monstruosidad de la alienación

En La metamorfosis de Franz Kafka, el monstruo no llega con una apariencia grotesca ni de una forma sobrenatural. Gregor Samsa, al despertar una mañana convertido en un insecto, enfrenta la angustia existencial de la alienación. Su monstruosidad es interna, una metáfora de la pérdida de identidad y la desconexión con el mundo exterior. Lo que más aterra no es tanto su forma de insecto, sino el trato que recibe de su propia familia, que lo descarta como si fuera una cosa inútil.

Kafka logra capturar el temor profundo a la deshumanización, a la pérdida de la empatía y a la marginación de aquellos que no pueden cumplir con las expectativas sociales. Gregor se convierte en un símbolo del individuo atrapado en las redes de un sistema que solo valora la productividad y la funcionalidad. El monstruo es la consecuencia de una sociedad que ignora lo humano en nombre de la eficiencia.

Vampiros, zombis y golems: el miedo al otro

A lo largo de la historia, la figura del monstruo ha adoptado muchas formas, pero una constante ha sido el miedo al «otro». En Drácula de Bram Stoker, el vampiro representa el extranjero peligroso, la sexualidad no controlada, el contagio de enfermedades y la amenaza a la moral burguesa. Drácula no solo es un ser sobrenatural; es la encarnación de los miedos victorianos al transgresor, al que viene de fuera y pone en peligro las normas establecidas.

En la literatura contemporánea, los zombis y las criaturas mutantes siguen esta misma línea, pero ahora reflejan temores más cercanos a nuestra realidad: el colapso social, la masificación, el fin del individuo en favor de una masa homogénea. Los zombis, especialmente en la cultura popular, se han convertido en una metáfora de la crisis de identidad y el miedo al desmoronamiento de las estructuras sociales. The Walking Dead y otras historias contemporáneas han logrado capturar la esencia del miedo a perder nuestra humanidad, no solo a manos de criaturas, sino por la misma naturaleza de una sociedad que produce monstruos de su propia creación.

El gólem, en el folclore judío, representa el miedo a lo que no se puede controlar. Hecho de barro, el gólem es creado para proteger, pero cuando escapa de su control, se convierte en una fuerza destructiva. Este mito subraya el temor a la creación que se vuelve incontrolable, a la inteligencia artificial o a las máquinas que, en manos equivocadas, pueden volverse contra nosotros.

Monstruos del siglo XXI: cuerpos, tecnología y trauma

En la literatura contemporánea, los monstruos ya no tienen solo forma física. El terror de nuestro tiempo reside en las amenazas invisibles, las que no podemos ver pero que están ahí, presentes y dañinas. En Distancia de rescate de Samanta Schweblin, el monstruo se infiltra en la vida cotidiana a través de un peligro invisible, el control sobre los cuerpos y las mentes. En Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez, lo sobrenatural se mezcla con lo social y lo político, generando un tipo de horror más psicológico que físico, donde los monstruos son los traumas y las heridas no sanadas de una sociedad atormentada.

El cine también ha explorado estas nuevas formas de monstruosidad. En la adaptación de la trilogía Southern Reach de Jeff VanderMeer, la película Origen (2018) toma el tema de lo inexplicable y lo alienígena. La «Zona X», un ecosistema transformado por fuerzas desconocidas, refleja cómo la naturaleza misma se convierte en un monstruo que desafía nuestra comprensión de la realidad. Las criaturas dentro de este mundo no son monstruos tradicionales, sino manifestaciones de nuestra incapacidad para entender lo que está más allá de nuestros límites.

¿Por qué seguimos leyendo monstruos?

Porque los monstruos siguen hablándonos. Nos revelan los puntos ciegos de nuestra cultura. Nos obligan a mirar de frente lo que no entendemos o no queremos aceptar. La figura del monstruo es una constante en nuestra historia literaria, porque el miedo es, a su vez, una constante de la condición humana. A través de ellos, podemos confrontar nuestras mayores ansiedades y reflexionar sobre los aspectos de nuestra sociedad que preferimos ignorar.

La biblioteca de los monstruos nunca cierra. Solo cambia de estantería, se adapta a los miedos del momento y encuentra nuevas formas de aterrorizar y reflexionar. El monstruo, al final, no es solo un ser extraño y aterrador; es el espejo deformado en el que nos miramos para entender quiénes somos y hacia dónde vamos.


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