I. Marta
El reloj marcaba las 23:57. Marta repasó su lista de propósitos para el año nuevo mientras servía una última copa de champán. “Perder peso, aprender francés, conseguir un trabajo mejor…”. Pero una grieta en el cielo, tan real como los fuegos artificiales que esperaban encender, la hizo tambalearse. La grieta pulsaba con un brillo rojo, como si el universo mismo estuviera desangrándose.
—¿Lo ves también?—preguntó su hermana, con la voz rota.
No respondió. Solo pensó: «Quizá este sea el año en el que todo termine».
II. Richard
Richard, un millonario excéntrico, observaba la grieta desde la terraza de su mansión. Había invertido millones en búnkeres y tecnologías de supervivencia, pero ahora, frente a lo desconocido, todo parecía insuficiente.
—El dinero no puede comprar otra oportunidad —murmuró, apretando el cristal de whisky en su mano.
Pensó en los enemigos que había hecho, en los acuerdos corruptos y las vidas que había arruinado. Por primera vez, sintió una punzada de arrepentimiento.
III. Padre Julián
En la pequeña parroquia, el Padre Julián se arrodilló frente al altar. El crucifijo sobre él parecía vibrar con una luz extraña, como si también estuviera reaccionando a la grieta. Sus manos temblaron al juntar las palmas para rezar.
Recordó la botella de vino que había escondido en la sacristía, las mentiras y las sisas del cepillo de la iglesia. Era un hombre de fe, sí, pero también de debilidades.
—¿Es este el Juicio Final, Señor? ¿O solo otro aviso?
Afuera, los feligreses gritaban y lloraban, pero él permaneció inmóvil. Si este era el fin, quería enfrentarlo de rodillas, rogando misericordia para todos, incluso para aquellos que nunca se habían arrodillado.
IV. Laura y Samuel
Laura abrazó a su hijo mientras el edificio entero se sacudía. El niño, de apenas cinco años, miraba el techo como si pudiera comprender lo que estaba ocurriendo.
—Mami, el cielo se está rompiendo.
—No pasa nada, mi amor —mintió ella, acariciando su pelo.
Pensó en su marido, atrapado en el tráfico, intentando volver a casa. Pensó en lo que había hecho esa mañana, en lo que había dejado sin hacer. Si esta era su última Nochevieja, quería pasarla protegiendo lo que más amaba.
V. Jorge
Jorge, un político ambicioso, ajustó su corbata frente al espejo. Había planeado anunciar su candidatura al día siguiente, pero ahora todo parecía una burla. Los mensajes en su teléfono eran un torbellino de caos: asesores, periodistas, aliados buscando respuestas.
—Tranquilos —escribió en un grupo de WhatsApp—, esto no cambia nada. Todo bajo control.
Mentía. Mientras tanto, en su mente calculaba cómo podía usar el desastre para consolidar su poder.
VI. Diego
Diego, de pie junto a la ventana de su apartamento en el piso 23, miraba la ciudad. Los coches se detenían como si los conductores también hubieran visto la grieta. Pensó en su exnovia, en el mensaje que nunca se atrevió a enviar.
—¡Feliz fin del mundo, supongo! —dijo alzando su botella de cerveza hacia la grieta.
Se sentía extrañamente en paz. Tal vez no había logrado mucho, pero si el mundo iba a terminar, al menos no tendría que enfrentarse a otra mañana con resaca y arrepentimientos.
VII. El Vigilante
En las sombras, él observaba. Había esperado este momento durante siglos, desde el primer susurro de caos en el cosmos. La grieta era su obra maestra, un portal que había cultivado con cuidado y paciencia.
—El tiempo de los humanos ha terminado —murmuró, mientras el aire se llenaba de gritos y oraciones.
Pero incluso él se preguntó, por un instante fugaz, cómo sería el año siguiente en esta nueva era que estaba por comenzar.
VIII. El Mundo
La Tierra giraba, indiferente al miedo de sus habitantes. La grieta se expandía como una herida abierta. En algún lugar, un reloj alcanzó la medianoche y los fuegos artificiales iluminaron el cielo.
Por un segundo, la grieta pareció cerrarse, como si el universo también tuviera derecho a un respiro.
IX. Tú
Y entonces te despiertas. La habitación está en silencio, salvo por el tictac de un reloj en la pared. La grieta era un sueño… ¿O no?
Miras por la ventana. En el cielo, una fina línea roja comienza a brillar. Y piensas: «Quizá este sea el año en el que todo cambie».
©Sandra de Oyagüe
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