AMOR EN LOS TIEMPOS DEL VIRUS


Desde que empezó el aislamiento todas las mañanas se asomaba a la ventana mientras fumaba un cigarrillo. En el balcón de enfrente, a escasos metros, vio a un joven del que nunca se había percatado, era moreno, de buena figura y alto. Se sintió atraída. “Qué extraño”, pensó, pues no solía enamoriscarse a primera vista. Quizás fuera por el aislamiento impuesto por el estado de alarma, quizás porque nunca antes se había fijado con tanta atención, inmersa en las mil y una actividades que realizaba cada día.
A la mañana siguiente le hizo un gesto con la mano y el chico le respondió. Ella no era un bellezón, una chica normal y corriente de unos 30 años, de pelo corto y castaño.
Conforme pasaban los días se seguían saludando de balcón a balcón, en un silencio impuesto por las circunstancias. Irene no conocía el nombre de su callado interlocutor y pensó que al día siguiente le mostraría un cartel con su nombre y así lo hizo. El chico desapareció unos instantes, Irene dudaba. El volvió con otro cartel en el que se leía “Julián”. Ella sonrió, ya se conocían. Le hizo un gesto de espera con la mano y mostró otro cartel esta vez con un número de teléfono. El desapareció de su vista y el teléfono de Irene empezó a sonar.
El aislamiento se hizo corto pues las llamadas fueron interminables. Y, cuando finalmente salieron, ya sin peligro, se conocían como si hubieran llevado toda la vida juntos.

©Sandra de Oyagüe


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