AISLAMIENTO

No se había decretado todavía el estado de alarma, era viernes. Ya estaba claro que nos teníamos que aislar en nuestras casas y debía ser una orden del más alto nivel que impidiera que la estupidez humana nos destruyera a todos. El domingo anterior había estado en la manifestación del 8 de marzo y tres días antes en el Premio Azorín. Buen caldo de cultivo para los virus.

Así pues, esta historia empieza un viernes, encerrada, sin saber qué hacer, pensando si habrá bastante comida en casa, nerviosa por no poder salir a fumar y por si fuera poco me habían anulado varias cenas literarias a las que deseaba ir. Ese fue el inicio.

El estado de alarma se declaró por 14 días, se suspendieron las clases, las asistencias al trabajo. Aumentaron los mensajes de los grupos de whatsapp y facebook. Todavía se podía ir a los supermercados. Se salía al balcón a aplaudir a los sanitarios y se acaparaban rollos de papel higiénico. Eran unas cortas vacaciones en casa: leer, ver series y películas, chatear.

Han pasado 60 días. Seguimos sobreviviendo los tres: mi marido, mi hija y yo. Los supermercados han cerrado. No se oye a los vecinos, salvo algún grito. He dejado de fumar. Acabo de desmontar la pata de la cama, la necesito para cazar.

©Sandra de Oyagüe


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