«Las doncellas de óxido» (Dilatando mentes, 2021), de Gwendolyn Kiste, fue galardonada con el Premio Bram Stoker a la mejor novela novel.
Hace ya un par de años que la tenía pendiente de leer y ahora le ha tocado. Lo primero que quiero destacar es la preciosa edición de la editorial que nos tiene acostumbrados a libros cuidados tanto en el interior, con preciosas ilustraciones de Juan Alberto Hernández, como en el exterior sin olvidarnos del prólogo de Antonio Torrubia y del posfacio de Silvia Broome, ni de la traducción, algo de lo que a veces olvido, de José Ángel de Dios, que mantiene la esencia de la obra original.
La novela nos sitúa en Cleveland, Ohio, en el verano de 1980, donde Phoebe Shaw y su prima y mejor amiga, Jacqueline, están a punto de graduarse de la escuela secundaria. En medio de los problemas típicos de la adolescencia, como el desamor y los celos, la vida en su barrio se complica aún más con las huelgas constantes en la acería local, que reflejan la incertidumbre laboral de una comunidad al borde del colapso.
El ambiente se torna más oscuro y extraño cuando algunas jóvenes del vecindario empiezan a experimentar una inquietante transformación: su piel se vuelve acuosa, se desprende y sus huesos se convierten en metal. Esto provoca una división entre los vecinos de la calle Denton, donde viven las chicas: algunos apoyan a las jóvenes y exigen atención médica, mientras que otros prefieren alejarlas del barrio, temerosos de lo que representan.
Años más tarde, Phoebe regresa al lugar donde todo comenzó. Las casas han sido vendidas a una inmobiliaria que planea demolerlas para construir nuevos edificios, pero la antigua fábrica de acero sigue en pie, un recordatorio sombrío de los eventos que marcaron su adolescencia. La novela explora no solo el misterio de las Doncellas de óxido, sino también la decadencia de un sueño industrial que prometía prosperidad y solo dejó desesperanza.
Gwendolyn Kiste logra capturar el horror cotidiano de vivir de nómina a nómina, oprimido por la industria y la pobreza que mantiene a las personas mirando siempre hacia abajo, esperando que algo cambie. Las quejas son vistas como un riesgo que puede llevar al despido, por lo que los personajes se ven atrapados en una ceguera autoimpuesta, centrados únicamente en sobrevivir hasta el próximo día de pago.
La autora no pretende mimar al lector. Con una prosa cuidadosamente compuesta, la historia es honesta y brutal, sin falsa dulzura. Es una obra que no busca ofender, pero tampoco se disculpa si lo hace. La calidad literaria rebosa en cada página, dejando al lector conmocionado.
Phoebe, como protagonista, está bellamente elaborada y es fácil empatizar con su lucha por salvar su amistad con Jacqueline en medio del caos y el miedo que se apodera de todos. La relación de Phoebe con su madre también se presenta de manera auténtica y dolorosa, recordándonos lo complicadas que pueden ser estas conexiones familiares.
La novela no solo trata del horror de las chicas que mutan, sino también del horror más mundano de una juventud que desea escapar antes de que la decadencia y la falta de oportunidades las atrape para siempre. El refugio de insectos que Phoebe crea, donde las mariposas abandonan sus crisálidas, sirve como una metáfora perfecta para la caída del cinturón de acero americano: un símbolo de transformación y la esperanza en medio de la descomposición.
«Las doncellas de óxido» es una historia de los invisibles, aquellos sin historia propia: los trabajadores que sostienen la estructura de la sociedad mientras los ricos se alimentan de sus esfuerzos, llevando al colapso a un sistema que los devora. A través de un temor gótico que se siente satisfactorio, Kiste nos permite sumergirnos lentamente en una narrativa que no solo cuenta una historia, sino que también observa y reflexiona sobre los valores sociales y culturales contaminados de una nación.
En «Las doncellas de óxido», Kiste muestra su maestría en trabajar con la descomposición, pintando imágenes llenas de verdad y belleza, incluso en la ruina. Es un libro que se siente áspero, como la arena, entregando una historia difícil y profunda que duele leer, pero de la que no se puede escapar. Nos deja buscando en sus páginas las respuestas sobre qué ocurrió con esas cinco chicas y, aunque sepamos que debemos madrugar, no podemos soltarlo.
Difícilmente se encuentra un libro de ficción como este: tan oscuro y tan hermoso, que no necesita litros de sangre derramada para provocar terror; el toque sobrenatural de las chicas y la cruda realidad de las fábricas son más que suficientes para inquietarnos y hacernos temblar. Es una obra que, en cada palabra, expone la triste belleza del colapso y la lucha por seguir adelante en un mundo que se desmorona.
Ha sido una lectura muy satisfactoria.
Descubre más desde El baúl de Xandris
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
