En el año 1927 el
escritor austríaco Stefan Zweig publicó
24 horas en la vida de una mujer,
novela corta narrada en primera persona por un residente 
anónimo del hotel, depositante
de un momento clave en la vida de una mujer que cree encontrar a alguien capaz
de no juzgar su comportamiento.

El libro, con
influencia clara de “El Jugador” de Fiodor Dostoievsky, se ambienta en su
inicio en un hotel en donde confluyen burgueses de distintas nacionalidades
europeas antes de situarnos a través de flashbacks en el principal contenido de
la historia, esas veinticuatro horas tan importantes en la vida de una mujer
alterada en su rutina y sacudida emocionalmente por la presencia de un
atractivo jugador polaco.

Zweig tiene una forma
de jugar con el lenguaje y trasmitir hechos e historias, que consigue atraparte
y tenerte durante toda la lectura con una sensación de entusiasmo que hace que
no quieras soltar el libro hasta no terminar de leerlo, ya que el ritmo no decae en ningún momento. 

Desde la primera
página, el autor llama la atención del lector a través de una
cuestión sobre la que basará toda la historia: la mayoría de los
hombres suelen ser muy egoístas y solo se interesan por ellos mismos, hasta
que, de repente, una simple anécdota sin importancia, parece agitarles por
dentro e infundirles el valor necesario para emitir un juicio de valor que,
además, en el caso de las mujeres, suele realizarse más duramente y sin ningún
tipo de consideración.

A partir de esta
premisa, Zweig construye una trama en la que una mujer, Mistress C., nos
relatará en primera persona, cómo transcurrieron veinticuatro horas de su vida,
un día muy significativo en el que todo su mundo estaba destinado a dar un giro
de 180 grados.

Las ideas de moral, de
libertad, la dificultad de la toma de decisiones y el debate interno que se
produce entre lo que “debemos hacer” o lo que se espera de nosotros y lo que
realmente deseamos hacer, formarán parte de esta historia en la que además se habla de la adicción al juego. 

Una novela que nos
habla de las pasiones humanas, de las contradicciones, de las convenciones
sociales, de las luchas internas entre deseo y responsabilidad. Una historia
que nos hace preguntarnos si realmente merece la pena martirizarnos eternamente
por algo que hicimos en un momento determinado de nuestra vida y deja en
nuestras manos la tarea de decidir si el sentimiento de liberación que se
siente al hacer algo condenable merece o no el riesgo.

Una gran novela, en su brevedad, que he releído otra vez después de más de 30 años y que me ha vuelto a encantar por seguir siendo vigente la temática que trata.


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